QURBONO (ܩܽܘܪܒܳܢܳܐ)
Por: Alberto Meouchi-Olivares
La palabra ܩܽܘܪܒܳܢܳܐ (qurbono) es un término arameo que se traduce al español como “ofrenda”, “holocausto”, “oblación”, “inmolación” o “ofrenda quemada”, y es como se le denomina a la Divina Liturgia (i.e. al Santo Sacrificio). Qurbono es, pues, el nombre que se le da a la Misa Maronita.
Variantes de esta término o derivados o referencias cruzadas de esta palabra son: ܩܽܘܪܒܳܢܝ (qurban, “ofrenda”), ܩܽܘܪܒܳܢ (qurbon, “sacrificio”, “expiación”); ܩܽܘܪܒܳܢܳܝܳܐ (qurbonoyo, “eucarístico”, “perteneciente a la Ultima Cena del Señor o al Eucaristía”); ܩܽܘܪܳܒ݂ܳܐ (qurovo, “una oblación”, "una ofrenda, regalo o donación hecha a Dios”); ܩܽܘܪܒܳܢܰܟܶܐ (qurbonaky, el sacrificio).
Misal en arameo se dice ܟܬܳܒܳܐ ܕܩܽܘܪܒܳܢܳܐ (ktobo d-qurbono: ktobo, “libro” | d, “de la” | qurbono, “ofrenda”), que literalmente sería “El Libro de la Ofrenda”.
I. Estructura.
La Misa Maronita o Qurbono se estructura de la siguiente manera:
1. RITO DE LA PREPARACIÓN
A. Preparación de las ofrendas | se tocan las campanas de la Iglesia por primera vez
B. Revestimiento del sacerdote | se tocan las campanas de la Iglesia por segunda vez
C. Iluminación de la Iglesia | se tocan las campanas de la Iglesia por tercera vez
2. LITURGIA DE LA PALABRA o SINAXIS
2.1. Primer oficio de la Sinaxis
A. Canto de un texto bíblico o del himno de entrada
B. Diálogo Introductorio
C. Doxología
D. Oración Inicial
E. Himno de los Ángeles
F. Oración del Perdón (o Ḥusoyo, ܚܽܘܣܳܝܳܐ)
F1. Preludio (o Frumiyón, ܦܪܽܘܡܺܝܳܘܢ)
F2. Cuerpo de la Oración (o Sedro, ܣܶܕܪܳܐ)
F3. Himno (o Qolo, ܩܳܠܳܐ)
F4. Oración del Incienso (o ‘Etro,ܥܶܛܪܳܐ)
2.2. Segundo oficio de la Sinaxis
G. Trisagio
H. Responsorio de Lecturas (o Mazmuro, ܡܰܙܡܽܘܪܳܐ)
I. Lectura del Apóstol
J. Antífona del Aleluya (o Fetghomo, ܦܶܬܓܳܡܳܐ)
K. Proclamación del Evangelio
L. Homilía
3. PRE-ANÁFORA
A. Profesión de Fe (Credo)
B. Acceso al Altar
C. Traslado y Presentación de Ofrendas
4. ANÁFORA
A. Rito de la Paz
B. Plegaria Eucarística
1. Alabanzas y Acción de Gracias al Padre
a) Canto del Santo (u Hosanna)
2. Memorial del plan salvador del Hijo
a) Narración de la Institución (siempre cantada en arameo)
b) Anámnesis
3. Epíclesis: invocación al Espíritu Santo
4. Intercesiones
5. Fracción del Pan
6. Oración del Señor (Rezo del Padrenuestro)
7. Rito Penitencial
8. Invitación a la Comunión
9. Comunión
10. Bendición con los Misterios
11. Acción de Gracias
12. Bendición Final
13. Himno de Salida
14. Despedida
II. Breve explicación de las partes de la Misa.
En el Rito Preparatorio el sacerdote, revestido con su yibby (جبة), prepara las ofrendas en una mesa llamada ṭabliyto (ܛܰܒܠܺܝܬܳܐ, “referente al altar”). Toma en sus manos la forma grande del pan que va a consagrar y con ella hace la señal de la cruz sobre la patena y después la deposita en ella
QURBONO (ܩܽܘܪܒܳܢܳܐ) diciendo: “como cordero llevado al matadero, y como oveja muda, ante sus esquiladores, no abrió boca”. Después vierte dentro del cáliz el vino, y lo mezcla con agua mientras reza: “vierto el vino dentro de este cáliz, y lo mezclo con agua, como símbolo de la Sangre y agua que brotaron del costado abierto de nuestro Señor Jesucristo en la Cruz”. Luego tapa tanto el cáliz como la patena –cada uno con una palia–, y cubre el cáliz con un velo –llamado Velo de la Anáfora– orando: “su esplendor ha cubierto los cielos, y toda la tierra lo alaba. A él sea la gloria por siempre”. La preparación de las ofrendas nunca tuvo ni ha tenido un carácter especial de solemnidad, por eso el sacerdote sólo usa su yibby. Testimonio de ello lo daba ya, en el siglo XVI, el Libro de la Dirección (Kitab al-Huda, كتابا لھدی, “libro para guiar”) cuando advertía que incluso “el diácono podía, si lo deseaba, preparar el pan y el vino en el altar” (Livre de la Direction, p.71 | citado por Hayek, p. 158).
Después el sacerdote se dirige a la entrada de la iglesia o a la sacristía para, ahora sí, revestirse con los ornamentos litúrgicos (alba, amito, estola, cíngulo, mangas, casulla) rezando en secreto el salmo 51 [Vg 50] o alguna de las oraciones que se proponen en el Misal como es la siguiente: “revístenos, Señor, con las armas de los justos, y dótanos con buenas obras, para cumplir tus divinos mandamientos”.
Finalmente, los ministros del altar se disponen a encender las velas y las luces del templo y la comunidad eleva el canto conocido como Himno de la Luz con la melodía ܚܰܣܝܰܐ ܘܩܰܕܺܫܳܐ (ḥasio uqadisho, "puro y santo”). Terminado este himno el sacerdote se dirige a la ܒܺܝܡܰܐ (bima, espacio del templo en donde se celebra la Liturgia de la Palabra o Sinaxis).
La Sinaxis se divide en dos oficios. El Primer Oficio va desde el Himno de entrada hasta el Ḥusoyo. Los elementos que caracteriza al Primer Oficio son la Doxología a la Santísima Trinidad y el Acto Penitencial o de Purificación que los celebrantes y fieles realizan para acceder a lo sagrado. Esta sección litúrgica de la Misa se organizó de acuerdo al esquema de las pequeñas horas canónicas del ܫܚܺܝܡܬܳܐ (shḥimto, “breviario”). El Segundo Oficio comienza con el Trisagio y concluye con la Homilía, esta parte es el alma de la Liturgia de la Palabra pues es en donde se proclama con solemne reverencia el Santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo.
El Primer Oficio se abre con la Procesión del sacerdote desde la sacristía o desde la entrada del templo hacia la bima mientras la asamblea canta un ܩܳܠܳܐ (qolo, “himno”) o entona un salmo bíblico. Antes de subir a la bima, y frente a ella, hace una oración en arameo llamada Diálogo Introductorio, para luego dirigirse al ambón. En él reza la Doxología haciendo la señal de la Cruz. Inmediatamente después dice la Oración Inicial, oración que recibía el elocuente nombre de ܫܽܘܐ ܪܳܥܝܳܐ (shu ro’yo, “Pastor consubstancial”), ya que el hombre es capaz de participar en la Divina Liturgia únicamente gracias a que Cristo se hizo hombre (consubstancial), y, siendo de nuestra misma naturaleza humana, este Buen Pastor, salva a sus ovejas, pues él mismo es el Cordero oferente y ofrecido en el santo Qurbono. A esta Oración Inicial la asamblea contesta cantando el Himno de los Ángeles, himno que en la Noche Buena cantó una muchedumbre de la milicia celestial ante la presencia, precisamente, de unos pastores cuidadores de ovejas: “gloria a Dios en la alturas, y en la tierra sea la paz y la buena esperanza para la humanidad” (cf. Lc 2, 14). Después del Himno de los Ángeles le sigue una oración penitencial –tenemos la necesidad de purificarnos de nuestros pecados– conocida como ܚܽܘܣܳܝܳܐ (Ḥusoyo, “Oración del Perdón”). La Oración del Perdón es el alma de cada oficio, pues dirige el sentido de la liturgia que se celebra. Esta Oración tiene un Prefacio conocido como ܦܪܽܘܡܺܝܳܘܢ (Frumiyón, “preludio”) que es una majestuosa doxología dirigida a Dios, e invariablemente termina con la efusiva aclamación de “el Bueno, que es digno de gloria y honor”, pues por su Bondad nos perdona y nos rescata. Además del Frumiyón, la Oración del Perdón costa también del ܣܶܕܪܳܐ (Sedro, “orden”, “rango”) a la que se le conoce como el Cuerpo de la Oración del Perdón, el cual contiene dos elementos: el recuerdo de lo que Dios ha hecho por nosotros en el pasado –sus maravillosos obras–, y una súplica por nuestras necesidades presentes. El Sedro va acompañado del uso del incienso, y se prolonga con un canto o ܩܳܠܳܐ (Qolo, “himno”), y con la oración ܩܽܘܒܳܠܐ ܦ݂ܺܝܪܡܳܐ (qubol firmo, “aceptación del ofrecimiento del incienso”) también llamada la oración del ܥܶܛܪܳܐ (‘etro, “incienso”). El Sedro es una forma de oración eminentemente siríaca, que tiene sus raíces en la liturgia de las sinagogas. La oración del ܚܽܘܣܳܝܳܐ (Ḥusoyo, “Oración del Perdón”) se ve caracterizada por el uso del incienso, el cual sólo puede ser quemado por el sacerdote, y es él mismo quien debe incensar, pues es un acto penitencial que ayuda al perdón de los pecados veniales; es un gesto de expiación que nos remite al Antiguo Testamento en el Día del Perdón: “A continuación, tomará un badil con brasas del altar que está ante el Señor y dos puñados de incienso aromático en polvo y lo introducirá tras el velo. Pondrá el incienso en el fuego ante el Señor. La nube de incienso envolverá el Propiciatorio encima del Testimonio y así él no morirá” (Lev 16, 12-13).
Terminado la Oración del Perdón (o Ḥusoyo) se abre el Segundo Oficio con el hermoso canto del Trisagio, que la tradición maronita dirige a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. El sacerdote canta siempre en arameo: “Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal” (ܩܰܕܺܝܫܰܬ ܐܰܠܳܗܳܐ܁ ܩܰܕܺܝܫܰܬ ܚܰܝܶܠܬܳܢܳܐ܁ ܩܰܕܺܝܫܰܬ ܠܳܐܡܳܝܽܘܬܳܐ, qadishat aloho, qadishat ḥalletono, qadishat lomoyuto), y la asamblea le contesta, igualmente en arameo: “ten piedad de nosotros” (ܐܶܬܪ݂ܰܚܰܡ ܥܠܰܝܢ, etraḥam ‘alain). En la respuesta de los fieles, según el ciclo litúrgico, se le añade alguna de las siguientes cláusulas: “Cristo, nacido de la hija de David” (ciclo de Navidad), “Cristo, bautizado por Juan” (ciclo de Epifanía), “Cristo, crucificado por nosotros” (ciclo de Cuaresma) y “Cristo, resucitado de entre los muertos” (ciclo de Resurrección).
Después del Trisagio el sacerdote reza una oración preparatoria para las lecturas, donde pide al “Dios Santo e Inmortal” que lo santifique y le purifique su mente, para ser digno de alabarlo y de escuchar las Sagradas Escrituras. A ella le sigue un ܡܰܙܡܽܘܪܳܐ (mazmuro, “salmo”) de tres estrofas llamado ܕܰܡܪܶܡܰܝܢ (ramremain, “nosotros exaltamos”) intercalado entre el celebrante y los fieles. Esta tradición de himnos y salmos, que rodean a los textos sagrados es común a todas la iglesia orientales, está arraigada –más allá de san Pablo– en el servicio sabatino de las sinagogas judías. En el rito maronita, después del canto del ܗܰܠܶܠܽܘܝܰܐ (haleluya, “aleluya”) acompañado de un ܦܶܬܓܳܡܳܐ (fetghomo, “versículo”) bíblico, el sacerdote anuncia el Evangelio, bendice con la cruz de mano a la asamblea, y el diácono hace un intervención para invitar a los fieles a escuchar el Evangelio con atención, y entonces el sacerdote proclama el Evangelio; al terminarlo, bendice con el Evangeliario a la comunidad. Frente al ambón del Evangelio, mientras se proclama el Evangelio, se colocan dos velas procesionales encendidas a cada costado. El patriarca Esteban Douaihi († 1704) describe este momento explicando que “después del Trisagio el protodiácono sale del diaconicón con el Evangeliario en el pecho, simbolizando con este gesto que la Palabra Eterna procede del seno del Padre y viene al mundo; la procesión va precedida de dos diáconos portando unas luminarias, cantando salmos, agitando unos abanicos (nota: actualmente este gesto simbolizando el revoloteo del Espíritu Santo no está en uso. Estos abanicos se llaman flabelos), los sacerdotes inciensan y el diácono que porta el Evangeliario se acerca al celebrante principal y le besa la mano […] el texto se lee en arameo y se traduce al idioma de la gente (nota: ahora solo se lee en lengua vernácula) […] finalmente se levanta el Evangeliario a la vista de todos para que lo fieles reverencien” (cf. Douaihi, Le Candélabre, t. I, pags. 540-541). El Evangelio en las grandes solemnidades se suele cantar, para enfatizar el carácter de anuncio de “una buena noticia”. Las lecturas proclamadas durante la Misa se reducen a dos: la Lectura del Apóstol y la del Evangelio. La Lectura del Apóstol, originalmente era tomada únicamente de alguna de las epístolas escritas por san Pablo, en la actualidad se toman de cualquier texto del Nuevo Testamento. Y el Evangelio, que se elige según el ciclo litúrgico, es tomado de cualquiera de los cuatro evangelistas.
La versión de los textos bíblicos para la Divina Liturgia en arameo es la de la ܦܫܺܝܛܬܳܐ (peshiṭto), y, para español, las eparquías maronitas de habla castellana eligieron la traducción de la Biblia de Navarra realizada en España por la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra (la elección de esta traducción bíblica al español fue aprobada por el Sagrado Sínodo Patriarcal Maronita con decreto no. 41/2017 el 15 de junio de 2017). Terminada la proclamación evangélica el sacerdote dirige una catequesis en forma de Sermón u Homilía.
Después de la Sinaxis tiene lugar la Pre-anáfora, que consisten en cinco elementos: la Profesión de Fe (Credo), el Acceso al Altar, el Traslado de las ofrendas, la Presentación de las ofrendas y la Incensación de las ofrendas.
El Credo conserva su redacción en plural y no en singular. La tradición de profesar el Credo en plural en la Misa Maronita es debido a que sigue a los textos originales del concilio de Nicea (19 de Junio del año 325, del que aparece en Ancoratus de Epifanio del año 374) y el del concilio de Constantinopla (30 de julio del 381). En efecto, el Credo fue redactado originalmente en plural y en griego: Πιστεύομεν εἰς ἕνα Θεὸν Πατέρα παντοκράτορα… (pistévomen eis éna theón patéra pantokrátora, “creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso…). El Catecismo de la Iglesia Católica n. 26 (11 de Octubre de 1992) explica el sentido comunitario de esta oración cuanto es profesada en plural. Tras los concilios de Nicea y Calcedonia se introdujo la costumbre de cantar el Credo en las solemnidades, y no solo recitarlo, para resaltar que su contenido, al igual que el Evangelio, es también un anuncio de buenas noticias. A partir del concilio de Lyon (6 de Julio de 1274) se le añadió la inclusión del filioque (…procede del Padre “y del Hijo”…) y quedó ratificado en los cánones del Sínodo Maronita de 1580. Sin embargo, se introdujo paulatinamente, pues se utilizaron otras fórmulas para decir lo mismo como: “el Espíritu Santo que procede (ܢܳܦܶܩ, nofeq) del Padre y toma (ܢܳܣܶܦ, nosef) del Hijo, y es consustancial y coeterno”. Los términos ܢܳܦܶܩ (nofeq) y ܢܳܣܶܦ (nosef) son los más utilizados por los maronitas para profesar la fe en este dogma referido al Espíritu Santo. Como fue un tema discutido e incluso no aceptado en otras iglesias orientales, los maronitas, para confirmar su fe católica y su unidad con Roma, al profesar que el “Espíritu Santo del Padre y del Hijo” añadieron el gesto de hacer una pequeña inclinación de cabeza al decir “y del Hijo” hasta “y gloria” (i.e. recibe una misma adoración “y gloria”).
Luego el sacerdote y los concelebrantes suben al Debir, el lugar del altar, cantando en arameo el Acceso al Altar, en donde resalta la gran alegría –la agalíasis (αγαλλίασις)– de acercarse al Dios que alegra la juventud. La espiritualidad maronita lo refiere a una alegría escatológica anticipada.
En la tradición maronita, a diferencia de otras tradiciones litúrgicas, se sabe que hasta el siglo XI las ofrendas se preparaban siempre en el mismo altar, por lo que no había, en sentido estricto, una solemne procesión de ofrendas (cf. Livre de la Direction, p. 71: “donde el diácono está autorizado de preparar las ofrendas sobre el altar”). Jamás se mencionó explícitamente en ninguno de los misales maronitas, incluso en las más antiguas rúbricas, tal procesión en el Traslado de las Ofrendas. A lo que sí se hace alusión en todos los manuscritos es al ܥܽܘܢܺܝܬܳܐ (‘unito, “himno”, “respuesta”), que se canta en el Traslado de las Ofrendas. En este himno se recuerda el hecho de que el Hijo fue enviado por el Padre y que “como buen grano de trigo en rica tierra, el seno de María lo recibió”. En textos más antiguos se decía “el Padre me envió, Verbo incorpóreo, y, el sembrador Gabriel me sembró” y “el Unigénito entró por la oreja de la bendición”, pero fueron suprimidas estas estrofas del ܥܽܘܢܺܝܬܳܐ (‘unito). Este himno del Traslado de las Ofrendas –más no “procesión”– podría ser el himno utilizado para el movimiento de las ofrendas desde la orilla del altar en donde se prepararon hasta el centro del mismo altar, o un traslado de las ofrendas alrededor del altar, o bien un recorrido de las ofrendas desde el altar dando una vuelta por la nave del templo y regresando de nuevo al mismo altar. Está en la oscuridad cuál sería la forma del Traslado de las Ofrendas originalmente, pero en la actualidad se llevan desde la credencia hasta el altar o bien desde la esquina del altar al centro del mismo altar.
Una vez que las ofrendas están en el centro del altar el sacerdote hace la Presentación de las Ofrendas depositándolas en el altar, y finalmente inciensa las ofrendas, al Crucifijo, al altar y a los fieles.
La Anáfora comienza con el Beso de la Paz. La paz se da con las manos juntas en señal de sumisión para evocar al Cordero que se ofrece en el altar: “como cordero llevado al matadero, y, como oveja muda ante sus esquiladores, no abrió su boca” (Is 53, 7). El sacerdote besa el altar, tocas las ofrendas, y saluda a los ministros, quienes llevan la paz a toda la asamblea; los ministros simbolizan la hilera de fuego y espíritu que arden ante el trono (cf. Ap 4, 5), cuyos anunciadores han sido los profetas, los apóstoles, lo mártires y los confesores. En este momento el diácono hace la proclamación de invitación a la paz llamada ܡܰܨܥܺܝܬܳܐ (maṣ‘ito, “mediación”), y la asamblea hace el canto de la paz. El Beso de la Paz consta de tres oraciones que hace el sacerdote: a) la “Oración de beso al altar”; la “Oración de la imposición de manos (ܣܝܳܡ ܐ̱ܝܕܳܐ, soyem ydo); y la “Oración del Velo”, pues retira el Velo de la Anáfora (i.e. el velo con el que se cubre el cáliz). El Velo de la Anáfora representa la piedra del sepulcro y el quitarlo simboliza la resurrección del Señor, mientras que las ofrendas descubiertas simbolizan el Cuerpo glorioso de Cristo que se revela al pueblo. Estas tres oraciones representan los tres días del Señor en la tumba.
Al finalizar la última oración comienza la Plegaria Eucarística con una bendición del sacerdote usando el Velo de la Anáfora, que haciendo la señal de la cruz tres veces dice: “el amor de Dios Padre (se bendice así mismo), la gracia del Hijo Unigénito (bendice a la asamblea de lado derecho) y la comunión y efusión del Espíritu Santo (bendice a la asamblea situada al lado izquierdo)”.
Es muy notorio el carácter Trinitario de la Anáfora. Ella sigue un orden teológico-cronológico: primero se dirige al Padre (quien promete y prepara la Redención), luego al Hijo (quien realiza la obra de la Redención) y finalmente al Espíritu Santo (quien perfecciona y consume la Redención):
a) Alabanza y acción de gracias al Padre (o Prefacio).
En la tradición maronita lleva el nombre de ܬܶܫܒܽܘܚܬܳܐ ܕܙܳܟ݂ܽܘܬܳܐ (techbuḥto d-zojuto, “Alabanza Triunfante” o “Alabanza de la Victoria”). Esta expresión se toma de la Anáfora de Santiago, que es el modelo estándar de todas las Anáforas (el texto de Santiago dice: “…todos, entonan, alabando tu excelsa gloria, himnos de victoria…”). Aquí se despliega el Santo (u Hosanna) que es aplicado a cada una de las tres Personas Divinas: “Santo, Santo, Santo, eres tú, Señor Omnipotente, Dios del Universo”. Esta “Alabanza Triunfal” está especialmente dirigida al Padre, cuyo misterio recapitula su trabajo a lo largo de toda la Historia de la Salvación, y nos advierte que, desde la caída de Adán, Dios, por ser Padre, no abandonó a la humanidad, sino que la atrajo nuevamente a él con dulce amor a través de la Ley, los Profetas y, en la plenitud de lo tiempos, enviando a su mismo Hijo nacido de María para renovar su propia imagen que el pecado desfiguró.
b) Memorial del plan de salvación del Hijo.
Lo componen las palabras de la Narración de la Institución de la Eucaristía o Consagración (cantada siempre en arameo) y por la Anamnesis. Durante la Narración de la Institución los fieles permanecen de pie (no se arrodillan), siendo el gesto de adoración una inclinación profunda. Los gestos del sacerdote en estos momentos son: levanta la vista hacia arriba, toma el pan, lo signa al decir: ܘܒ݂ܰܪܶ. ܘܩ݂ܰܕܶܫ (u-barej. u-qadesh, “y lo bendijo, y lo santificó”); luego toca las cuatro esquinas del pan, simbolizando romperlo, al decir: ܘܰܩ݂ܨܳܐ (u-aqso, “y lo partió”); así mismo, el cáliz lo signa al decir las mismas palabras (ܘܒ݂ܰܪܶ. ܘܩ݂ܰܕܶܫ, u-barej. u-qadesh), e inclina el cáliz hacia los cuatro lados al decir: ܡ݁ܶܬܶܐܫܶܶܕ (meteshed, “es derramada), dibujando la señal de la Cruz para simbolizar la universalidad de la redención. Después de cada uno de las fórmulas de la consagración los fieles responden ܐܰܡܺܝܢ (amín, “amén”). Después del segundo ܐܰܡܺܝܢ (amín), el sacerdote hace un oración que termina con un verso bíblico tan querido por la espiritualidad siríaca que define a los maronitas de manera muy clara: “háganlo en memoria mía hasta que yo vuelva”. Esta orientación hacia la Parusía –“hasta que yo vuelva”– está íntimamente vinculada a la comida eucarística, que será la fiesta mesiánica escatológica. Cada vez que el Nuevo Testamento menciona la institución de la Eucaristía, vincula su manducación con el regreso de Cristo, es la dimensión del Maran etha (ܡܳܪܰܢ ܐܶܬ݂ܳܐ, “¡nuestro Señor viene!”, expresión aramea transliterada en griego como μαρανα θα y al español como marana tha), como una acción no vinculada al pasado sin al futuro: el Cristo vendrá en su gloria para juzgar en su ܒܺܝܡܰܐ ܕܚܺܠܬܳܐ (bima d-ḥilto, “omnipotente trono”) en donde la ܒܺܝܡܰܐ (bima) del templo es su prefiguración, su réplica y su anuncio. La participación en el Divino Qurbono en la Iglesia es ya, en sí mismo, un juicio. De ahí que para los maronitas la Anamnesis dirige su mirada hacia el futuro, por lo que pide desde ahora al Señor que, cuando vuelva sea apiade de ellos: “te suplicamos que no seamos considerados como «extraños» (ܢܽܘܟܪ̈ܳܝܶܐ, nukroye) en tu casa aquel día cuando vuelvas con tus santos ángeles, en tu gloria para recompensar a cada uno según sus méritos” (Anáfora de san Juan). Las oraciones que contienen la Anámnesis reciben el nombre de ܡܕܰܒܪܳܢܽܘܬܳܐ (mbrabonuto, “economía”), pues este nombre arameo las define, pues no son otra cosa sino la memoria de la «Economía de la Salvación»: “Recordamos, oh Señor nuestro Jesucristo, tú plan de salvación que realizaste por nosotros: desde tu Encarnación en el seno de tu Madre, tu Nacimiento, tu Bautismo santo, tu redentora Pasión, tu Muerte vivificante, tu Permanencia de tres días en el sepulcro, tu gloriosa Resurrección y Ascensión al cielo dónde estás sentado a la derecha de tu Padre, hasta tu admirable regreso a la tierra cuando vengas a juzgar a todos los hombres y a recompensar, a cada uno, según sus obras” (Anáfora de san Marcos). Un aspecto relevante de las oraciones ܡܕܰܒܪܳܢܽܘܬܳܐ (mbrabonuto, “economía”) es que siempre hacen mención de María, la Madre de Dios. Esta conmemoración mariana, especialmente expresa de los maronitas, quizá sea el vestigio de un antiguo rito de intercesión que existiera antes de la Epíclesis en donde se pedía la intervención de la Virgen María.
c) Invocación al Espíritu Santo.
Es la Epíclesis en donde desciende el Santo Paráclito. Cada anáfora tienen su propia fórmula epiclética, pero todas se unen en cuanto al significado y al fin: invocar al Espíritu Santo para que descienda sobre las ofrendas y las consagre, sobre el celebrante, y sobre los fieles para que su participación sea saludable. La Epíclesis es el culmen de la consagración eucarística. Esta cuestión estuvo muy debatida en el concilio de Florencia (año 1445), pues los griegos y latinos se opusieron a los maronitas, pues para ellos la Epíclesis maronita cuestionaba la efectividad de la fórmula de la Consagración (i.e. la Narración de la Institución). Sin reavivar el debate lo podemos explicar metafóricamente como si fuera la gestación de un ser humano: la Consagración sería “la concepción” (ya es una persona en gestación desde el momento en que hay un cigoto por la fecundación) y la Epíclesis sería el nacimiento (el momento del parto, de dar a luz). La transubstanciación ocurre desde la Consagración pero no ve la luz sino hasta la Epíclesis. En efecto, para los maronitas es todo el rito celebrado en medio de la asamblea lo que valida el sacramento: Prefacio (alabanzas al Padre), Anámnesis (memorial del Hijo), Epíclesis (invocación al Espíritu Santo), e Intercesiones (la participación de la Iglesia). Esta visión de la teología maronita no reduce la efectividad de la Narración de la Institución sino todo lo contrario, la fortalece, pues la libra de toda sospecha “mágica” y la reconoce como una función decisiva que la sitúa en el Plan de toda la Historia de la Salvación, en la ܡܕܰܒܪܳܢܽܘܬܳܐ (mbrabonuto), la Economía de la Salvación. La Epíclesis lejos, pues, de minimizar la Consagración, se convierte en la prueba de la transubstanciación. Esto se vislumbra en el uso del lenguaje propio que la Epíclesis hace de los verbos, como por ejemplo: ܢܺܐܬܶܐ (nite, “que venga”), ܢܰܐܓܶܢ (naguen,“que descienda”), ܢܶܥܒܶܕ (ne‘bed, “que haga”), ܢܚܰܘܶ (nḥawe, “que muestre”), ܢܩܰܕܶܫ (nqadesh, “que consagre”), ܢܶܓܡܽܘܪ (negmur, “que complete”, “perfeccione”). Para los maronitas la Epíclesis como perfección de la Consagración es la realización de aquellas palabras de san Pablo: “nadie puede decir «¡Señor Jesús!», sino por el Espíritu Santo” (1 Co 12, 3), ya que el mismo Espíritu Santo llega en la Epíclesis para manifestar que Cristo está real y verdaderamente presente.
Terminada la Epíclesis siguen las Intercesiones. La presencia de las Intercesiones post-Epíclesis es característica de las liturgias orientales. Podemos pensar, por ello, que las Intercesiones no son otra cosa sino el desarrollo de la segunda petición de la invocación de la Epíclesis, pues el Espíritu Santo, en la asamblea, aplica en su Iglesia los frutos de la Eucaristía. De que en el Qurbono se hayan desarrollado muchas oraciones deprecatorias que están actualmente presentes en los misales maronitas, pueden ser una prueba de ello. Las Intercesiones (mementos: “acuérdate Señor…”) se presentan con un orden, por los que también se les llama “cánones”, de ahí que algunas veces se le denomine a la Anáfora como Canon. La primera intercesión está reservada para la jerarquía de la Iglesia (papa, patriarca, obispos, sacerdotes, diáconos…); la segunda para los fieles hermanos; la tercera para los gobernantes; la cuarta para la Santísima Virgen María, los apóstoles, confesores y mártires; la quinta para los justos y rectos, doctores y maestros de la iglesia; y la sexta para los fieles difuntos. Esta última intercesión se extiende con un par de oraciones más, para invocar el perdón de los pecados para los vivos y para los muertos, con la esperanza puesta en la Resurrección. Estas ocho oraciones de las Intercesiones, en la interpretación que le da Douaihi, son el simbolismo del octavo día escatológico que tendrá lugar en la Parusía: “cuando la semana de este mundo termine, comenzará el nuevo día octavo, que será el primero y el último, en el cual ya no habrá ni mañana ni tarde” (cf. Le Candélabre t. II). La oración conclusiva es una doxología común a todas la anáforas maronitas dirigida a la Santísima Trinidad: “como era y es ahora, así será para siempre. Amín”. Las Intercesiones son por excelencia la “Oración Católica”, porque en ella se recuerda a la Iglesia Universal en su totalidad (iglesia triunfante, purgante e itinerante), y también es conocida como la “Oración de la Paz Cristiana” (ܨܠܽܘܬܳܐ ܠܫܽܠܳܡܳܐ ܟܪܺܝܣܛܝܳܢܳܐ, ṣluto l-shlomo crisṭyono).
A partir de aquí comienza lo que podríamos llamar la Liturgia de la Comunión. Esta parte final de la Anáfora que hemos denominado Liturgia de la Comunión, tal y como se presenta en el rito maronita, no aparece así presentada en ningún otro rito oriental u occidental.
El primer momento es el de la Fracción del Pan, pues como recuerda la biblia “perseveraban asiduamente en la doctrina de los apóstoles y «en la comunión, en la fracción del pan» y en las oraciones” (Hch 2, 42). La Fracción del Pan simboliza la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Es una oración profunda y típicamente maronita, con gestos y signos particulares como lo es, por ejemplo, la signación del Cuerpo de Cristo con su Sangre divina.
Luego, todos –celebrantes y pueblo– con los brazos elevados rezan el Padrenuestro. Esa oración para un maronita es una verdadera ecfonesis, pues comunica una emoción intensa entre los fieles: “miren qué amor tan grande nos ha mostrado del Padre: que nos llamemos hijos de Dios, ¡y lo somos!” (1 Jn 3, 1), expresada con la palabra ܢܰܡܪܰܚ (namraḥ, “osará”) pues el mismo Cristo ha realizado la osadía, ya cumplida, de que sus hijos llamen a Dios como Padre con el rostro descubierto y sin vergüenza. El Padrenuestro termina con la doxología de la Didajé (ca. 50-70) y del teólogo siríaco Narsai († ca. 502) incluida, quizá por influencia litúrgica, en el texto bíblico de la Peshiṭto: “porque tuyo es el reino, el poder y la gloria por siempre”: ܡܶܛܽܠ ܕ݁ܕ݂ܺܝܠܳܟ݂ ܗ݈ܝ ܡܰܠܟ݁ܽܘܬ݂ܳܐ ܘܚܰܝܠܳܐ ܘܬ݂ܶܫܒ݁ܽܘܚܬ݁ܳܐ ܠܥܳܠܰܡ ܥܳܠܡܺܝܢ (metul d-diloj hi malkutho u-ḥaylo u-theshbuḥto l-olam ‘olmin).
Después viene un rito penitencial donde el sacerdote hace una ܣܝܳܡ ܐ̱ܝܕܳܐ (soyem ydo, “imposición de manos”), en las que todos inclinan la cabeza y hacen la señal de la cruz sobre sí mismos, mientras el sacerdote los bendice en nombre de la Santísima Trinidad: “la gracia de la Santísima Trinidad, gloriosa, eterna y consubstancial, esté con todos ustedes, hermanos míos, por siempre”. El sacerdote muestra a los fieles los Santos Misterios diciendo: “los santos Misterios se dan a los santos, en perfección, pureza y santidad”. Aunque eleva el Cuerpo y la Sangre de Cristo, en sentido estricto no es una elevación, sino un invitación. Esta costumbre de mostrar los Misterios entró de manera tardía (entre los siglos VI y VII) en uso en la liturgia maronita; el texto litúrgico más antiguo no habla en absoluto de la elevación de los Misterios sino de elevación de las manos del sacerdote: την χεῖρα αἴρων εἰς ὔφος (tin cheíra aíron eis ýfos, “la mano la levanta”) en san Juan Crisóstomo († ca. 410; cf. In Hebr. Hom. XVIII, 4-5, P.G., LXIII, col. 132-133 | citado por Hayek, p. 202). El sentido genuino de este gesto –tanto el actual de mostrar los Divinos Misterios, como el antiguo de levantar las manos– es, pues, el de una invitación para la comunión, que se hace con estas palabras: “los santos Misterios se dan a los santos, en perfección, pureza y santidad”.
El aspecto propiciatorio de la recepción de la comunión en la Misa Maronita se ve claro cuando todos –sacerdotes y fieles– extendiendo sus manos en señal de súplica, rezan: “santifica, oh Señor Dios, nuestros cuerpos con tu Cuerpo Santo y purifica nuestras almas con tu Sangre Propiciatoria. Que nuestra comunión sea para el perdón de nuestros pecados y para la vida eterna. Señor y Dios nuestro a ti sea la gloria por todos los siglos”.
La forma de comulgar del sacerdote es muy peculiar. No comulga todo el Cuerpo y ni toda la Sangre de Cristo de una sola vez, sino que lo divide en dos partes. Primero comulga la mitad del Cuerpo de Cristo y deja la otra mitad en la patena, y lo mismo hace con el Cáliz donde bebe la mitad de la Sangre. Luego da la comunión a los fieles quienes no suben al altar sino que es el sacerdote quien baja del altar hacia ellos para comunicarles los Santos Misterios. Cuando termina de impartir la comunión a los fieles, vuelve a subir al altar (símbolo de la Ascensión del Señor) y, desde ahí, bendice a la asamblea con los Santos Misterios que no ha consumido diciendo: “una y otra vez, Señor, te confesamos y te elevamos nuestras alabanzas, por tu Cuerpo que nos diste a comer y por tu Sangre a beber. Oh Amante de la humanidad, ten piedad de nosotros”. Y es entonces cuando consume los Misterios Eucarísticos completos. El sentido de este gesto está destinado a los ausentes: tanto a los enfermos, encarcelados o viajeros como a los fieles difuntos. El simbolismo es que se quedan las especies eucarísticas en el altar para ellos como un viático para su camino, particularmente para los difuntos. Además de este simbolismo aparece otro: es el resurgimiento de una promesa que permitirá presentarse en el juicio final con este Santo Alimento, que espera en el altar, como testigo de que estuvimos siempre junto a Cristo en nuestro paso por este mundo, y así lo expresa la oración que se reza después de comulgar: “nunca estuve lejos de ti, oh Dios: no me dejes fuera del cielo”.
Antiguamente el sacerdote besaba la Sagrada Hostia, la colocaba sobre sus ojos, y luego la consumía. Por su parte, según refiere Cirilo de Jerusalén, los fieles al comulgar y beber el Cáliz se limpiaban sus labios con sus dedos y los hacían pasar por su ojos (cf. Catéchèse XXIII [Myst. V, 21-22] | citado por Hayek p. 204). La citada oración que se canta o recita al final de la comunión parece ser un vestigio de esta costumbre: “comí tu Cuerpo: que el fuego no me coma. Mis ojos lo tocaron: que vean tu luz…”.
Las oraciones finales son tres, en recuerdo de la Santísima Trinidad. Dos de ellas son una auténtica Acción de Gracias, –no nos podemos ir del templo sin antes dar gracias por los dones recibidos– y la última es la oración de Bendición Final. Esta oración final recibe el nombre de ܚܽܘܬܳܡܳܐ (ḥutomo, “conclusión”), pues con ella se despide a los fieles.
Antes de retirarse el sacerdote besa el altar, beso que se considera como un “beso de paz”. Este beso da sentido de unidad a toda la Anáfora, la cual comienza con un beso y se concluye con otro. En este punto podemos citar a san Juan Crisóstomo: “cuando el presidente de la asamblea hace su entrada dice: «la paz a todos»; cuando predica, dice: «la paz a todos»; cuando bendice, dice: «la paz a todos»; cuando ordena el beso sagrado, dice: «la paz a todos»; cuando termina el sacrificio, dice: «la paz a todos»” (cf. Comment. ad. Epis. Colos., Hom. III, P.G., t. LXII, col. 322-232 | citado por Hayek p. 220). La oración del beso de despedida es muy bonita y emotiva: “adiós, oh santo altar, espero volver a ti en paz. Que esta ofrenda eucarística, que he recibido de ti, perdone mis pecados y absuelva mis faltas; y me prepare para presentarme, delante del trono de Cristo, sin deshonra y sin miedo. No sé si volveré a ti de nuevo, para ofrecer el sacrificio otra vez”.
III. Espiritualidad.
El Qurbono es la oración por excelencia, y es al mismo tiempo la más alta forma de adoración a Dios que puede realizar el hombre, y la adoración, a su vez, es la actividad humana más digna posible.
En la tradición maronita, Adán es visto como el primer sacerdote, pues fue creado no solo para cultivar y cuidar el jardín del Edén (cf. Gn 2, 15), sino también para adorar a Dios (cf. Is 43, 7). Sugerente es que el verbo cultivar y adorar en hebreo sean la misma palabra: עָבַד (’vd = avad). Tres ejemplos: vgr-1. verbo qal perfecto עָבַד, a) él trabajó, él laboró, él labró, él cultivó (la tierra); b) él sirvió; c) él adoró | vgr-2. Gn 2, 15: “El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín para que lo cultivara (לְ-עָבְדָ֖-הּ, le-’vd-ah) y lo cuidara” ––וַיִּקַּ֛ח יְהוָ֥ה אֱלֹהִ֖ים אֶת־הָֽאָדָ֑ם וַיַּנִּחֵ֣הוּ בְגַן־עֵ֔דֶן לְעָבְדָ֖הּ וּלְשָׁמְרָֽהּ (vayqaj adonay elohym et-h’adam vayanijehu vegan-eden le’vdah uleshamerah) | y vgr-3. Ex 7, 26: “Así dice el Señor: deja salir a mi pueblo para que me adore” (וְיַֽ-עַבְדֻֽ-נִי, veya-’vd-uny) –– וְאָמַרְתָּ֣ אֵלָ֗יו כֹּ֚ה אָמַ֣ר יְהוָ֔ה שַׁלַּ֥ח אֶת־עַמִּ֖י וְיַֽעַבְדֻֽנִי (ve’amareta elayv koh amar: adonay shalaj et-amy veya ‘vduny).
Es importante no perder de vista la acción de adoración que reviste el Qurbono, pues de esa acción gira toda la espiritualidad maronita.
Es en la Divina Liturgia, el Qurbono, donde se instruye a los maronitas en la fe, pues toda la liturgia es una catequesis mistagógica. No es solamente fuente de gracia –que la es y en abundancia– sino una verdadera enseñanza para conocer, amar y servir a Dios. En ella se leen las Sagradas Escrituras y en sus oraciones se recoge el rico patrimonio de la tradición cristiana. Al escuchar los cantos litúrgicos, aunque no llegamos a comprenderlos cuando son cantados en arameo, sentimos cómo nos envuelven en el velo del Misterio Divino.
El Qurbono juega mucho con la repetición de acciones y cantos, y esta repetición tiene un valor tremendo porque crea fuertes vínculos entre el intelecto y el sentimiento; pero junto a la repetición está la frescura de la oración del momento y de las circunstancias. Así, el Qurbono es una obra maestra de equilibrio entre lo inmutable y la novedad, entre lo familiar y lo desconocido, entre lo tradicional y lo contemporáneo.
En la Misa Maronita se eleva todo lo sensible hacia lo divino, pues en ella se involucran los cinco sentidos: la vista, contemplando la iconografía y los juegos de luz; el oído, con la audición de la música sacra; la nariz, con el suave perfume que el incienso ofrece al olfato; la lengua, con el dulce sabor del Cuerpo y la Sangre de Cristo; y el tacto, donde la piel toca lo sagrado (antiguamente se recibía la Sagrada Hostia con la mano, para tocar a Cristo) y toca al hermano con el ósculo de la paz.
Una cualidad característica de la Divina Liturgia maronita es su énfasis en el dogma de la Parusía, la Segunda Venida de Cristo. Es decir, la espiritualidad maronita es una continua expectativa y un deseo de que llegue pronto el Señor. La citada invocación del Maranatha (o ܡܳܪܰܢ ܐܶܬ݂ܳܐ o “¡Ven, Señor!”), expresando el añorado deseo de que no tarde el Señor en llegar, contrasta con la súplica del Da nobis spatium vere paenitentiae (“danos tiempo para realizar una verdadera penitencia”) de liturgia latina. No se trata de que los maronitas no deseen vivir un tiempo de penitencia o los latinos no esperen con ansías el triunfo de Cristo sobre la historia, sino que manifestando cada tradición el mismo dogma de fe (Credo) rigen su espiritualidad con esquemas distintos pero con el mismo criterio de fe. La tensión hacia la Segunda Venida de Cristo es muy importante entenderla, pues es la norma de configuración de las oraciones litúrgicas del Qurbono Maronita. Así, por ejemplo, las plegarias explican la fe cristianas desde la Parusía: “conmemoramos tu muerte, Señor, confesamos tu resurrección, esperamos tu segunda venida […] te pedimos que tengas piedad de tus adoradores, y que salves a tu heredad, cuando vengas al fin de lo tiempos para retribuir con justicia” (Anáfora de los Doce).
La orientación hacia donde mira el altar (hacia el Este) refleja la dimensión escatológica de la liturgia, pues coloca la mirada hacia al punto cardinal por donde entrará Cristo en su Segunda Venida. El simbolismo de orientación hacia el Este, también remite al deseo de volver al origen de la Vida. En efecto, el Oriente abre la luz (salida del Sol) simbolizando a Cristo, mientras que el Oriente oculta la luz (ocaso del sol) simbolizando el pecado. Desde el tiempo de que fueron expulsados Adán y Eva del Paraíso, todos sus hijos, con profunda nostalgia, vuelven los ojos hacia el Oriente, esperando la llegada de la redención total.
Otro aspecto que la Misa Maronita nos ofrece son los gestos litúrgicos que la acompañan, manifiestos incluso en la arquitectura de sus templos. Por ejemplo, las puertas de las primeras iglesias eran muy baja de altura, para que el fiel, al ingresar a la misa, se agachara como señal de humillación (nota: la falsa creencia de que eran bajas para que los musulmanes no entraran irreverentemente montados en sus caballos, dista mucho de este sentido religioso, pues las conquistas de los musulmanes a territorio libanés –mamelucos y otomanos– son de época muy posterior a las construcciones de las primeras iglesias maronitas). Los púlpitos y el altar son colocados en estrados para representan que se alejan de la tierra y se acercan al cielo, logrando que el “cielo y la tierra permanezcan cara a cara”. El hombre (tierra) sube, Dios (cielo) se anonada, y juntos se abrazan en la mesa del altar propiciatorio: “¿Quién podrá subir al monte del Señor? […] Puertas alcen sus dinteles” (Sal 24, 3. 7).
El santo Qurbono involucra un sacrificio, el sacrifico de la Redención. Mientras la Iglesia de rito latino llama a este sacrifico como sacramento (del latín sacramentum, "sacro instrumento”: sacrum, “sagrado”; mentum, “instrumento”, “medio”), la Iglesia de rito maronita prefiere llamarlo como ܐ̱ܪܳܙܳܐ (rozo, “misterio”, “secreto”) para expresar la idea del “Dios escondido”, pues nuestra mente no es capaz de comprender.
Sin interés de agotar todos los simbolismos que se viven en el Qurbono podemos mencionar algunos de forma ilustrativa: el sacerdote extiende sus manos sobre las ofrendas en forma de cruz una vez que ha colocado las ofrendas sobre el altar en el momento de la Pre-anáfora. El patriarca Esteban Douaihi explicando este gesto dice que, para los maronitas, la acción de poner las ofrendas sobre el altar simboliza el descendimiento de Cristo de la Cruz (cuando a Cristo lo bajaron de la Cruz y lo entregaron en los brazos de su Madre... por eso el gesto de formar la figura de una Cruz con los brazos); la colocación del pan en la patena es el entierro; el vino en el cáliz es el símbolo del descenso a los infiernos; y el velo que cubre el cáliz, la gran piedra en la puerta de la tumba. O sea, son gestos que simbolizan la Pasión. Otro simbolismo es el momento del saludo de la paz, que se da al comienzo de la Anáfora siguiendo la sugerencia bíblica del Señor: “si al llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, vete primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve después para presentar tu ofrenda” (Mt 5, 23-24); además, el abrazo de paz nace desde el altar: el sacerdote toca el altar, luego las ofrendas y después, con las manos juntas, la da a sus ayudantes, para que ellos, a su vez, la lleven a los fieles sentados en las bancas simbolizando que reciben la paz de Cristo desde el cielo (vertical) y no como un convivio entre los participantes en la tierra (horizontal). Un gesto que sobre sale es que durante la ceremonia litúrgica los fieles no se ponen nunca de rodillas, permanecen de pie incluso durante las palabras de la Consagración, para simbolizar tres cosas: a) que María estuvo de pie junto la cruz, b) que es un momento de la gran alegría en Cristo (en cada Misa estamos con él), y c) para emular a san Marón († ca. 410) que permanecía de pie todo el día en señal de penitencia. También, otro bonito gesto, es que todos los fieles junto con el sacerdote extienden sus manos en el Padrenuestro, para recordar que todos y cada uno de los bautizos, somos hijos de Dios. Además, el sacerdote siempre lleva consigo una Cruz de Mano, para expresar que Cristo bendice con y desde la Cruz.
Un detalle pequeño, pero muy significativo es que el sacerdote en algunos momentos del Qurbono en que dirigiéndose a los fieles los bendice diciendo: “la paz esté con ustedes” y no usa la expresión “la paz del Señor esté con ustedes”. Esta forma de expresión maronita resalta que el sacerdote, en el altar, es el mismo Señor, por lo que no da la paz como un mensajero de Cristo, sino que, en su persona, es el mismo Cristo quien la da. Junto a este detalle aparece otro significativo. Al inicio de la plegaria eucarística cuando el sacerdote dice “levantemos nuestros pensamientos, nuestras mentes y nuestros corazones”, los fieles le contestan: “los tenemos levantados hacia ti, oh Dios”, y no, “lo tenemos levantados hacia el Señor”, como en el Misal romano. Se expresa en segunda persona “hacia ti” y no en tercera persona “hacia el Señor”, y, siguiendo una tradición propiamente maronita, no dice “Señor”, sino “Dios”. Hay una antigua versión siríaca en la que, para las celebraciones ordinarias, la respuesta es: “hacia ti están elevados, Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, Rey glorioso y santo”, la cual se conserva tal cual hasta la fecha solo en la Anáfora de la Signación del Cáliz (o Qurbono de los Presantificados).
Estos, y muchos símbolos más, denotan lo antiguo de las tradiciones litúrgicas maronitas, pues son gestos muy simples y evidentes. Es decir, los gestos utilizados en la Misa Maronita son símbolos muy fáciles de entender. No olvidemos que los símbolos litúrgicos no son una especie de código, que el feligrés deba descifrar, sino un gestos que ejemplifiquen la acción. En efecto, los símbolos litúrgicos maronitas en el Qurbono no son una adivinanza, sino una pedagogía, una verdadera catequesis. Por eso, se conservan gestos como el indicado en una de las rúbricas de la Epíclesis: “el celebrante se inclina y mueve las manos tres veces sobre los Misterios diciendo…”. Este gesto de mover las manos representa el aleteo del Espíritu Santo. O el de cruzar los brazos sobre el pecho en la Anámnesis como gesto de reverente acogida a la bendición divina pues es en el momento que reza: “también nosotros, Señor, tus hijos pecadores, mientras recibimos tus gracias, te agradecemos por ellas y por todo”.
IV. Características litúrgicas. La misa maronita, con su impronta siro-occidental, posee doce cualidades, sin ser las únicas, que nos gustaría enunciar:
(1) En Liturgia de la Palabra no se leen lecturas del Antiguo Testamento como tal, aunque toda la misa esta repleta de expresiones veterotestamen-tarias. Solo se lee una lectura del Nuevo Testamento (conocida como Lectura del Apóstol) y el Evangelio.
(2) Hay continuos actos penitenciales durante toda la Misa, desde un comienzo con el revestimiento del sacerdote (rezo del salmo 51| 50 ), el diálogo introductorio (“perdona mis pecados”) hasta el final la oración de despedida del sacerdote al besar el altar (“perdona mis pecados y absuelva mis faltas”).
(3) La invocación constante al Espíritu Santo. Es una liturgia absolutamente pneumatológica. En la Epíclesis, por ejemplo, se pide expresamente que descienda el Espíritu Santo sobre los dones y ofrendas, y también sobre todos los fieles para que los transforme con su gracia.
(4) Es una liturgia netamente trinitaria. Todas la oraciones concluyen mencionando individualmente a cada persona de la Santísima Trinidad: al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Por ejemplo: “para que juntos te glorifiquemos y te demos gracias a ti (se le habla al Hijo), a tu Padre y a tu Espíritu Santo, por todos los siglos”; o al quemar incienso el sacerdote bendice: “para gloria y honor de la Santísima Trinidad”; etc.
(5) Hay una reiterada alusión a la Segunda Venida de Cristo (Parusía).
(6) La Virgen María tiene un papel muy participativo en la liturgia. Para darnos una idea el nombre de María, como tal, se menciona en el Misal al menos 175 veces, sin contar las expresiones Madre de Dios, Virgen, Santísima, Purísima, y otras expresiones que hacen alusión de forma distinta a ella, como son las expresiones desposada de José, hija de David, etc.
(7) Se pensó su estructura litúrgica para celebrarse en comunidad y para ser concelebrada.
(8) Es un liturgia popular. A lo largo de su celebración el pueblo mantiene un diálogo continuo con el celebrante, y al obispo le gusta estar rodeado por su pueblo.
(9) Gusta ser toda ella cantada, con un canto improvisado según los textos litúrgicos.
(10) Es una Misa con piedad espontánea y expansiva, cuyo desaliño contrasta con el desarrollo sobrio y ajustado de la liturgia romana.
(11) Pertenece por su origen al grupo de liturgias de Antioquía-Jerusalén, y es conocida bajo el nombre de “Liturgia de Santiago, hermano del Señor” (apóstol y primer obispo de Jerusalén)
(12) Posee una impronta semítico-arameo, alejada del ambiente helénico de Antioquía, debido a sus contactos con el centro intelectual de Edesa.
V. Idioma litúrgico.
El idioma de la liturgia maronita es el arameo. Por ello en el Qurbono se conserva este idioma aún vivo en su celebración. Aunque toda la misa puede ser celebrada en arameo, debido a que los maronitas perdieron ya este idioma como lengua vernácula, actualmente la Misa Maronita se celebra en lengua vernácula del país en donde haya presencia maronita. Sin embargo, hay cuatro momentos obligatorios en donde siempre se utiliza el arameo: en el Diálogo Introductorio, en el Trisagio, en el Acceso al Altar y en la Consagración. Debido a que en el Líbano el árabe (y el libanés) es la lengua en uso, la liturgia se ha centrado en este idioma, y se ha alejado un poco del arameo. El Misal oficial, aunque es una traducción del arameo, está en árabe. Así que las traducciones a otros idiomas (español, inglés, francés, italiano, etc.) se han basado no en los textos originales siríacos, sino en la traducción oficial al árabe. Esto aunque ha sido un proceso necesario desde el punto de vista pastoral, consideramos que es una tristeza, pues se ha des-arameizado la liturgia maronita. Por ello es muy importante enfatizar que el idioma litúrgico maronita no es el árabe, sino el arameo, pues la lengua litúrgica es parte esencial de la misma identidad maronita, y sin olvidar, que el arameo es el mismo idioma que habló nuestro Señor Jesucristo y que los maronitas nos sentimos muy bendecidos por conservarlo vivo en nuestra tradición litúrgica.
Bibliografía:
AZIZE, Joseph (Fr. Yuhanna Azize), An Introduction to the Maronite Faith, 2 ed., Australia: Connor Court Publishig, 2018; HAYEK, Michel, Liturgie Maronite Histoire et Textes Eucharistiques, France: Mame, 1964; Misal Maronita (Qurbono), Bkerke: 2005 (edición en español, Chihuahua: 2017); SALIM, Anthony J., Captivated by Your Teachings: A Resource Book for Adult Maronite Catholics, USA: E.T. Nedder Publishers, 2001.
Ver voces:
ARAMEO, IDIOMA; AFRAATES, SAN.; ARRODILLARSE, NO.; BALAI DE QUENENESHRIN, SAN.; BO‘UTO (ܒܥܽܘܬܳܐ); CICLO LITÚRGICO MARONITA; FETGHOMO (ܦܶܬܓܳܡܳܐ); ESPIRITUALIDAD MARONITA; DIÁLOGO INTRODUCTORIO; KTOBO D-QURBONO (ܟܬܳܒܐ ܕܩܘܽܪܒܳܢܳܐ); ‘ETRO (ܥܶܛܪܳܐ); ḤUSOYO (ܚܽܘܣܳܝܳܐ); SEDRO (ܣܶܕܪܳܐ); FRUMIYÓN (ܦܪܽܘܡܺܝܳܘܢ); MÚSICA MARONITA; TRISAGIO (τρισάγιον); QAWMO (ܩܳܘܡܳܐ); RISH QOLO (ܪܺܝܫ ܩܳܠܳܐ); SUGHITO (ܣܘܽܓܺܝܬܳܐ); MADROSHE (ܡܰܕܪܳܫ̈ܶܐ); MAZMURO (ܡܰܙܡܽܘܪܳܐ); LITURGIA MARONITA; EFRÉN DE NÍSIBE, SAN.; HORAS LITÚRGICAS; QOLO (ܩܳܠܳܐ); SHḤIMTO (ܫܚܺܝܡܬܳܐ); SHḤIMTO FOSIQOYTO (ܫܚܺܝܡܬܳܐ ܦܳܣܺܝܩܳܝܬܳܐ); KTOBO D-SLUTO' SHḤIMTO (ܟܬܳܒܐ ܕܨܠܘܬܳܐ ܦܳܣܺܝܩܳܝܬܳܐ).; MEMRĒ (ܡܶܐܡ̈ܪܶܐ).
Cómo Citar:
Meouchi-Olivares, A. (2019). Diccionario Enciclopedico Maronita. iCharbel-Editorial.
© Diccionario Enciclopédico Maronita
® Eparquia de Nuestra Señora de los Mártires del Líbano