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HISTORIA DE LA IGLESIA MARONITA

Por: Alberto Meouchi-Olivares

La historia de la Iglesia Maronita comienza, propiamente, con la presencia de los primeros cristianos y, en concreto, con la llegada del apóstol Pedro (s. I) a Antioquía para fundar una comunidad de fe después de Pentecostés. El libro de los Hechos de los Apóstoles recoge algunos momentos claves de sus orígenes, que, sin embargo, al ser común a toda la Iglesia Católica, pasan inadvertidos como elementos históricos de la Iglesia Maronita, pero que son, en sentido estricto, parte de su historia.

Para poder esquematizar su historia y exponerla con suficiente brevedad, la clasificaremos en seis períodos –y estos muy resumidos– de su vida:

1. Período apostólico (s. I).

Antioquía, por ser una gran ciudad de la época, permitió que los primeros cristianos se asentaran ahí. La persecución de Herodes Agripa contra los cristianos fue un factor importante para inmigrar a Antioquía. Antes de la llegada de Pedro (ca. 44; cf. Gal 2, 11) había ya en ella presencia cristiana (p. ej.: Nicolás, uno de los siete diáconos, era un prosélito de Antioquía [cf. Hch 6, 5]).
A causa de la presencia de san Pedro en esta ciudad, esta sede ha sido considerada como una de las sedes petrinas. Fue allí donde, por primera vez, se llamó “cristianos” a los discípulos de Cristo (cf. Hch 11, 26), y fue un obispo de esta sede, san Ignacio de Antioquía († ca. 116), quien apodó a la Iglesia del Señor como “Iglesia Católica” (cf. Smyrn. 8, 2).

Antioquía era un lugar de encuentro entre la cultura griega y la civilización del Oriente, con lo cual se generó un fenómeno que, hasta la fecha, ha caracterizado a los maronitas, el ser la vinculación entre Occidente y Oriente. En efecto, en los primeros siglos de nuestra era, Antioquía vivió un ambiente cultural en que se orientalizó lo griego y se helenizó lo oriental.

Al ser una de las tres ciudades más grandes del Imperio Romano, y uno de los mayores centros comerciales de la antigüedad, Antioquía veía la entrada y la salida de toda clase de personas –con sus culturas, religiones, etc.– haciéndola una ciudad abierta y adaptable a las novedades (el cristianismo, en este sentido, era una novedad). Otra factor de primer orden, de la ciudad, fue la presencia de una extensa y antigua comunidad de judíos, la cual no mostraba una particular hostilidad contra los gentiles, como ocurría en Jerusalén (cf. Hch 6, 11-14), por lo que en las prácticas religiosas los gentiles eran atraídos por sus ceremonias, pues encontraban, en el judaísmo, la fascinación del monoteísmo y de una buena moral que no encontraban en el paganismo. El hecho además de poder leer la Biblia en su idioma (i.e. en griego) propiciaba también el interés por el judaísmo. Todo este ambiente facilitó la introducción del cristianismo (cf. Hch 10, 2. 22. 35; 13, 43; 14, 1; 16, 14; 17, 4.17; 19, 7). Los mismos conversos judíos y gentiles, aunque presentaron dificultades serias con temas del cumplimiento de la ley mosaica (por ej. la circuncisión, comer determinados alimentos, etc. [cf. v.gr. Hch 15; Rm 3; Gal 2, 11ss.; etc.]) convivían mutuamente y celebraban la misma fe.

Cerca del año 40 los discípulos de Cristo fueron llamados aquí, como hemos dicho, “cristianos”. La palabra aparentemente fue adoptada por las autoridades romanas de la ciudad cuando se vieron en la necesidad de describir oficialmente a este grupo de personas distinto al de los judíos. Tal designación debió haber sido necesaria en un lugar tan multicultural como Antioquía. Este hecho, que pudiese ser insignificativo, es, sin embargo, relevante para los maronitas, pues refleja el contexto de su gestación. Por una parte se especula que el apodo de “cristianos” fue un término despectivo –por ejemplo Beresford Kidd dice: “porque los antioquenos eran rápidos en los apodos, y con esto querían burlarse de los «soldados de Cristo», ya que los cristianos luego echaban la burla a los paganos llamándoles «gentiles»–, así también los maronitas recibieron su despectivo apodo por desprecio de su condición de fidelidad al papa: eran los discípulos de san Marón fieles a Roma. Pero, por otra parte, también se ha argumentado que fueron los mismos cristianos quienes se autodenominaron “cristianos” –así lo dice, por ejemplo, Elías Bickerman quien, analizado el verbo χρηματίζμ “negociar”, opinaba que los cristianos, para confesar en secreto su identidad de discípulos de Cristo, usaban ese término que significaba subrepticiamente “cristiano” y no “negociante”; o el cronista de Antioquía Juan Malalas († ca. 578), quien atribuyó –cf. PG 97, 377– el nombre de “cristianos” al obispo Evodio († ca. 83), sucesor de san Pedro en Antioquía (Evodio fue obispo de Antioquía del ca. 54 a ca. 83), y así se ha especulado, también, que quizá los cristianos de Beit Maron se autodenominaron “maronitas” para confesar su identidad de fidelidad al papa (i.e. caldeonianos) frente a las herejías de su época. Aquí lo que queremos resaltar, sin ánimo de dogmatizar, es que el origen del apelativo “maronitas”, pudo haber obedecido a la misma lógica de la que surgió el nombre de “cristianos”, por la forma de pensar de los antioquenos. Tómese también en cuenta el hecho de que la única iglesia sui iuris de la Iglesia Católica que recibe el nombre de una persona (i.e. san Marón) es la Iglesia Maronita, y no lo toma de un lugar o de un idioma o de una raza como todas las demás (v. gr., iglesia latina por el idioma latín, iglesia copta por el idioma copto; iglesia armenia, por Armenia; iglesia caldea por la región de Caldea, etc.).

Otro aspecto ha considerar de los comienzos de la iglesia en Antioquía, que tiene también su homologación con la tradición maronita, es que en ella no se constituyó, desde el principio, una organización eclesiástica como ocurrió en Jerusalén, sino que se configuró como una providencia divina en su historia. Por ejemplo, no se mencionan en un inicio como títulos antioquenos el de presbíteros o ancianos (πρεσβύτεροι), sino el de profetas y maestros (προφῆται καὶ διδάσκαλοι), por lo que no refiere a un oficio administrativo o jerárquico sino más bien a una deferencia basada en el prestigio de la vida y espiritualidad de sus líderes religiosos (cf. Hch 13, 1), es decir, la iglesia local de Antioquía aparece como una comunidad de fieles de la ciudad, y no como una organización jerárquica. Con semejante espontaneidad, como veremos mas adelante, surge, igualmente, el patriarcado maronita como una comunidad de fieles y no como un organización jerárquica.

Finalmente, en relación a la historia maronita en este período apostólico, hemos de mencionar que se ha considerado a san Pedro como el fundador de la iglesia en Antioquía y como su primer obispo. Esta tradición, sin embargo, ha sido una cuestión de debate en conexión con los reclamos de Roma sobre su primado. Según la tradición romana, Pedro fue obispo en Roma por 25 años (40-65 a.C), pero esto parece difícil de conciliar con otras evidencias de los apostolados de san Pedro en otros lugares; por ejemplo, un episcopado de esa duración en Roma no concuerda con la discusión (ca. 47) entre Pedro y Pablo en Antioquía (cf. Gal 2, 11), o con las incursiones misioneras de san Pedro que partieron desde Antioquía entre los años 47 y 54. También es plausible que el reclamo de la duración del episcopado de Pedro en Roma radique no en la primacía de esta sede, sino en un esfuerzo por completar la secuencia de obispos desde la Ascensión del Señor (Turner, 1917). Pero independiente de la cuestión del origen del episcopado oficial en Antioquía, la presencia y la impronta de Pedro en ella es indiscutible: basta pensar en toda la fuerza de la tradición que afirma que san Pedro fue el primer obispo y fundador de la sede de Antioquía, comentada por personajes como: a) Evodio, sucesor de Pedro en Antioquía (en su carta “Luz” [φῶς], desafortunadamente perdida, y en donde describe cómo Cristo bautizó a Pedro, y éste a lo demás apóstoles, subrayando el interés y la supremacía que a san Pedro se le tuvo en Antioquía), b) el Pseudo Clemente (en sus Recognitiones habla de la casa que utilizó Pedro como catedral en Antioquía), c) Orígenes (en su Sexta Homilía sobre san Lucas menciona a Ignacio como “el segundo obispo de Antioquía después de Pedro”), d) san Eusebio de Cesarea (en su Historia Eclesiástica cita a san Ignacio como “el segundo sucesor de san Pedro en el obispado de Antioquía”), e) san Jerónimo (en su De viris illustribus dice de Pedro que “después de su episcopado en Antioquía se trasladó a Roma en el segundo año de Claudio”), f) san Juan Crisóstomo (en su Homilía sobre san Ignacio de Antioquía habla de Pedro como “cabeza y gobernante de la iglesia en Antioquía”), g) san Teodoreto de Ciro (en su Immutabilis menciona que “Ignacio recibió su oficio de manos de Pedro”), h) el papa san León Magno (quien habla de san Pedro como el “fundador de las iglesias de Antioquía y Roma”), i) san Gregorio Magno (en sus Epistolarum afirma que san Pedro fue “obispo de Antioquía por siete años”, afirmación que coincide con la primer edición del Liber Pontificalis), j) Juan Malalas (este llama incluso a Pedro, anacrónicamente, el “primer patriarca” de Antioquía), etc.

Esta impronta petrina está intrínsecamente unida a la tradición maronita. Opinamos que el hecho de que san Pedro, primer papa y vicario de Cristo, haya sido el personaje que dio origen a la vida eclesial maronita, ha permitido, por una gracia divina, que jamás se haya separado la Iglesia Maronita del papa (ha sido siempre fiel a Roma), y que, el nombre de Pedro se añada –hasta la fecha– al nombre de su patriarca (todos los patriarcas maronitas añaden, como segundo nombre, el de Pedro en cuanto son canónicamente entronizados en el patriarcado). Así, la tradición maronita reconcilia la primacía de san Pedro en Roma (¡es el lugar del papado!) con la sucesión de Pedro en la sede de Antioquía. Que el papado esté en Roma y, por tanto, que la cabeza visible de la Iglesia esté ahí, no está en duda, pero tampoco le resta importancia a Roma el hecho de que san Pedro haya erigido primero la sede de Antioquía y después la de Roma (el papado aunque quedó en Roma, era un atributo personal que Cristo le concedió a Pedro y no al lugar); al contrario, la doble fundación petrina refuerza los lazos fraternos entre Oriente y Occidente, como lo hace constar, por ejemplo, la fiesta litúrgica de la sede de Pedro en Antioquía el día 22 de febrero celebrada con gran alegría en el Vaticano.

Otro interesante dato de la impronta de san Pedro a Antioquía lo ofrece el Evangelio de san Mateo. La iglesia en Antioquía ha mirado a san Pedro y a su enseñanza con especial reverencia (reverencia muy arraigada, hasta la fecha, entre los maronitas). Mateo fue el Evangelio que mejor conoció san Ignacio, obispo de Antioquía, y muchos eruditos bíblicos sugieren que este Evangelio fue escrito precisamente en Antioquía cerca del año 85. Esto no se puede probar con las investigaciones que hasta ahora tenemos, pero independientemente del origen que haya tenido este Evangelio, Pedro es tomado con primacía en él. La celebre frase de Jesús “tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia” (Mt 16, 18) constituyen un añadido sorprendente de la misma escena descrita en Marcos (cf. Mc 8, 27-30), por lo que avala –según la tradición antioquena– la hegemonía del apóstol en esta sede. Hubo, entonces, al parecer, una fuerte motivación para que, al Evangelio de san Mateo, el mismo san Ignacio de Antioquía le dedicara una mayor atención.

Nuestro énfasis en afirmar de que el patriarcado de Antioquía tiene sus raíces fundacionales en el apóstol san Pedro, es para entender mejor una de las características más distintivas de la historia de la Iglesia Maronita: su fidelidad al papa y su sometimiento humilde a la autoridad de Roma (que algunas iglesias orientales –no solo ortodoxas, sino también católicas–, han tildado, en no pocas ocasiones, como un sometimiento no humilde sino servil).


2. Período post-apostólico inmediato (s. II-III).

este período se caracterizó, junto con violentas persecuciones, por el surgimiento de numerosas herejías. Quizá esto último fue más peligroso, en cuanto que en vez de dañar a la iglesia desde fuera, lo hizo desde dentro. Muchos que se convirtieron al cristianismos comenzaron a dar opiniones contrarias al dogma revelado por Cristo –quizá sin mala fe, pero equivocadas–, causando gran confusión en las mentes de las personas, especialmente porque el cristianismo, en sí mismo, era aún relativamente nuevo y aún no definía bien su doctrina (Downey, 1961).

Entre las primeras herejías que aparecieron en Antioquía se pueden mencionar la nicolaíta, el docetismo, el marcionismo y el gnosticismo, con personajes como Nicolás de Antioquía (hay duda de si fue o no el prosélito de Antioquía, uno de los siete diáconos [cf. Hch 6, 5]; nosotros consideramos que no lo era, sino que usó el prestigio de su nombre para ganar adeptos), Simón el Mago de Samaría [cf. Hch 8, 9-13], Menandro de Antioquía, Saturnino de Antioquía, Cerdón de Siria, Basílides de Alejandría, Marción de Sinope, entre otros.

Respecto a las persecuciones que brotaron en el siglo II, la del emperador romano Marco Ulpio Trajano († 117) fue de particular importancia en Antioquía. Según la Chronicle de Malalas (s. VI), la causa de la persecución podría ser doble: a) o porque el emperador se enfureció tanto contra san Ignacio de Antioquía debido a que, según Trajano, Ignacio había usado palabras impropias contra él; b) o porque Trajano culpó a los cristianos del terremoto que tuvo lugar en Antioquía (13 de diciembre del 115), ya que el mismo Malalas menciona que los paganos atribuyeron el desastre a una «θεομηνία» (theomenía, i.e. “un signo de la ira divina”) por la visita que Trajano había hecho a Antioquía (cf. San Eusebio, Historia Eclesiástica 3, 36), evidentemente, esto enfureció tanto a Trajano, que comenzó la persecución contra los cristianos que habían dado pie a los paganos a pensar así, siendo la primer víctima de este brote anticristiano la cabeza de la comunidad, el obispo Ignacio, y, para sorpresa de todos, la misma hija de Trajano, conversa al cristianismo, santa Dróside de Antioquía († ca. 116) (cf. San Juan Crisóstomo, Laud. S. mart. Drosidis: PG 50, 683-694).

De esta persecución que ocasionó el martirio de san Ignacio de Antioquía, se desprenden algunos datos importantes referentes a los prolegómenos de la Iglesia Maronita. En el viaje de Antioquía a Roma, pasando por Asia Menor, durante su arresto para ser martirizado en el coliseo, san Ignacio escribió siete cartas. En una de ellas, como hemos señalado más arriba, le da a la Iglesia el adjetivo de “católica”, y describe la vida cristiana con viveza resaltando la grandeza de la Eucaristía. En otra hace una descripción de la estructura jerárquica de la iglesia: explica los tres órdenes del sacramento del orden (la monarquía episcopal, el presbiterado y el diaconado), y urge a los laicos a ser fieles a ellos. Esto es muy interesante puesto que cambia la “lectura” de los oficios eclesiásticos, pues en aquella época se hablaba, por lo general, de “profetas y maestros”, (cf. Hch 13, 1) o de “apóstoles, profetas, doctores, taumaturgos…” (cf. 1 Cor 12, 28). La introducción de este lenguaje en san Ignacio es de gran impacto, pues clarifica la jerarquía eclesiástica. Para la espiritualidad maronita este lenguaje quedó ilustrado en la Cruz Patriarcal Maronita (i.e. una cruz con un palo vertical y tres travesaños horizontales representando el episcopado, presbiterado y diaconado). En estas cartas son como un testamento doctrinal que quiso dejar Ignacio para que su fieles de Antioquía no olvidaran jamás.

Otro aspecto maronita que tiene raíces en san Ignacio de Antiquía es su tradición musical. El marcado acento poético en sus escritos, y sus numerosas referencias al canto como parte de la divina liturgia, muestran la inclinación natural de san Ignacio por la música. De acuerdo a una tradición posterior, fue san Ignacio de Antioquía quien introdujo el canto antifonal en la iglesia, tradición que hasta la fecha se vive en la liturgia maronita; incluso existe una leyenda que narra que fueron los mismos ángeles quienes le enseñaron a san Ignacio esta forma de cantar (según Moisés bar Kepha, ca. 813-903 d.C.). Aunque, en efecto, esta tradición musical viene heredada de las sinagogas judías, esta leyenda muestra el papel que jugó san Ignacio en el desarrollo de la música en la iglesia y que impregnó en los maronitas, aunque no solo en ellos, sino en todas las iglesias.

El conocimiento que se tiene del período inmediato que siguió al martirio de san Ignacio es escaso. El obispo que lo sucede fue Herón (ca. 116-ca. 128 d.C.), al que luego le sucedió Cornelio (ca. 128-ca. 142 d.C). La actividad de los gnósticos parece haber tenido un éxito considerable, por lo que esto nos podría explicar la carencia de fuentes durante los primeros tres cuartos del siglo II (Downey, 1961). En este tiempo hubo un fuerte impacto de elementos judíos en la doctrina cristiana que se desarrollaba en Antioquía, la cual ejerció un papel muy importante en la manera en que se desplegó el método exegético en la teología siríaca. Probablemente la fuerte presencia de judíos que se unieron al cristianismo en Antioquía fue el resultado de la aplastante derrota de Adriano en la rebelión de Simón Bar Kojba en Palestina (132-135 d.C).

Los cristianos sufrieron una gran persecución bajo Marco Aurelio (161-180 d.C.), y los obispos de Antioquía que enfrentaron esta persecución fueron Eros (ca. 142-ca. 169 d.C., sucesor de Cornelio) y Teófilo (ca. 169-188 d.C.), pero no contamos con suficiente información sobre esta persecución. En estos asfixiantes momentos, la distinción entre ortodoxia y herejía, y entre judaísmo y cristianismo, no estaba muy clarificada en todos los puntos, pero sí existía una distinción, aunque no de manera reflexiva, quizá por la misma persecución; y así es el porqué encontramos en la liturgia cristiana muchos elementos judíos, y muchos elementos ortodoxos en la contraparte herética. Esto se vislumbra en el Ad Autolycum de Teófilo, el único escrito que se conserva de este obispo de Antioquía, y en el que se hace una apología de la fe cristiana, aunque expuesta, aún intentado hacerlo de forma racional, de manera poco sistemática y no distinguiendo las diferencias entre la fe cristiana y la filosofía helénica. El aporte de Teófilo en el desarrollo de la historia del cristianismo de la iglesia en Antioquía fue muy relevante. En efecto, fue el primer apologista que usó el término “Trinidad” al hablar de la divinidad, tan arraigado en la liturgia maronita, y el que dijo que los evangelistas fueron “inspirados por el Espíritu Santo”, y que los Evangelios y las cartas de san Pablo son “Palabra de Dios”, expresiones constantes en liturgia maronita hasta nuestros días.

Después de Teófilo le sucedió Maximino (ca. 188- ca. 198/199 d.C), del quien únicamente se conoce que tomó parte de la controversia referente sobre cuándo era el día de la Pascua. Los maronitas siguieron su opinión, igualando así la fecha a la propuesta por el papa de Roma. Luego vendría en el obispado de Antioquía el firme Serapión (ca. 198/199- ca. 211 d.C.), quien escribió muchas cartas (perdidas, pero citadas por Eusebio en Historia de la Iglesia, V, 19. VI, 12), en las que trató sobre las cuestiones heréticas contra el montanismo y el docetismo, y advirtió de que el evangelio apócrifo de Pedro era docetista, y, por tanto, no canónico. Y en una de sus cartas trata sobre los cristianos que cayeron en el judaísmo.
La historia de la comunidad cristiana en Edesa durante el episcopado de Serapión nos da una idea de la influencia de tuvo Antioquía entre los cristianos dispersos por toda Siria. Edesa no era una ciudad helénica, como Antioquía, sino que en ella se habla el arameo y predominaba la cultura siríaca. En este tiempo estaba en el obispado Palut (ca. 200), tercer obispo de Edesa, probablemente nombrado y ordenado obispo para esta sede por el mismo Serapión (Cureton, 1864). Durante esta época, Lucio Septimio Severo (146-211 d.C.) publicó un edicto en el que se prohibía la conversión de judíos al cristianismo, que generó, evidentemente, el martirio de muchos judíos conversos al cristianismo. A la muerte de Serapión, nombraron como obispo de Antioquía a Asclepiades (ca. 211- ca. 217/218 d.C.), quien era considerado por su coetáneos y por él mismo como confesor de la fe (i.e. el paso previo al martirio).

Después de Asclepiades le sucedieron en el obispado de Antioquía: Fileto (ca. 217/218-ca. 230/231), Zebino (ca. 231-ca. 238) y Babilas (ca. 238-ca. 250), éste último murió mártir en la persecución de Decio (ca. 201-251) y se registran leyendas muy amplias sobre sus pleitos con el emperador Filipo el árabe († 249), a quien le prohibió la entrada a las iglesias en Antioquía por haber asesinado a su antecesor el emperador Gordiano III († 244). Después llegó a la sede antioquena Fabio (ca. 250/251-ca. 252), y luego Demetrio (ca. 252-ca. 260/261 d.C.), quien fue tomado en cautiverio por los persas y no pudo permanecer en Antioquía. A su muerte le sucede Pablo I de Samósata (ca. 260/261–ca. 268 d.C.). En esta larga sucesión de obispos, la iglesia en Antioquía se iba configurando poco a poco como una iglesia fiel. Este aspecto de fidelidad quedaría porfiadamente arraigado en la mentalidad maronita, como veremos más adelante. Lo importante era perseverar con Cristo, hasta el final, dentro de su Iglesia. Por eso, cuando se ve obligado Demetrio por el cautiverio a no tener presencia física en Antioquía, el clero y los laicos no usurparon su lugar, sino que estuvieron supeditados, en total lealtad, con su obispo, quien murió en el exilio. Hay indicios que fueron protegidos –durante el exilio de sus obispos o en los momentos de sede vacante– por el obispado de Tarso (v.gr. en Eusebio, Historia de la Iglesia, VI, 46.3; VII, 30.2).

Con la llegada de Pablo I de Samósata se da un fenómeno también interesante que refleja la personalidad maronita. Fue un obispo con una vida lasciva y con intereses temporales, involucrado en la política. Ocupó, a la vez de obispo, el cargo de procurator ducenarius (i.e. director de finanzas de la ciudad; el termino ducenarius indica que tenía un sueldo de por lo menos 200,000 sestercios). Junto a esto, su doctrina fue muy heterodoxa: al enfatizar la unidad divina negaba la Trinidad y la divinidad de Cristo, y allanó el camino para la propagación del arrianismo. Al desdén de ello, los fieles de la iglesia de Antioquía conservaron su lealtad por su jerarca, y, en lugar de oponerse frontalmente contra él, convocaron un Sínodo para no faltarle el respeto a la autoridad legítima que ostentaba Pablo de Samósata, y, en comunión con el obispo de Roma, depusieron a Pablo. Lo sucede el obispo Domno (ca. 268- ca. 271/272 d.C.), quien sufrió la tensa situación de gobernar sus tres años con el peso de Pablo de Somósata y sus seguidores, y luego el obispo Timeo (ca. 271/271-ca. 279-80). Este carácter institucional y de respeto hacia la autoridad es una de las herencias que recibió desde su orígenes la Iglesia Maronita, y que ha conservado íntegra hasta ahora.


3. Período pre-patriarcal maronita (s. IV-VII).

Aunque se logró mantener la ortodoxia en Antioquía y su fidelidad a Roma, el ambiente comenzaba a complicarse. A esto se juntó la llegada al poder el emperador Diocleciano (284-305 d.C.) quien transformó el Imperio Romano en una monarquía absoluta (Downey, 1961). Incursionó en Antioquía, donde pasaba estancia de largos períodos, y, junto con su afán de grandeza, desencadenó una penosa persecución contra los cristianos, quizá para conseguir de ellos dinero para su meganomalía. Una de las primeras víctimas de la crueldad diocleciana fue el obispo de Antioquía de nombre Cirilo (ca. 279/280-306 d. C.), sucesor del obispo Timeo. Cirilo fue arrestado en el año 303, y lo condenaron a trabajos forzados en las canteras de mármol de Pannonia, donde murió tres años después. El episcopado de san Cirilo de Antioquía fue testigo de las labores de Doroteo de Antioquía, un erudito sacerdote amigo de Eusebio, y de Luciano de Antioquía (o de Samósata), el famoso maestro y director de la escuela teológica de Antioquía, que más tarde se convertiría en mártir. Poco después de comenzar la persecución (303 d.C.) hubo una rebelión contra el emperador encabezada por un tal Eugenio. Esta rebelión fue sofocada gracias a los ciudadanos de Antioquía y de Selucia Pieria, pero, en vez de agradecerles su participación, Diocleciano les infringió grandes castigos (confiscó bienes, asesinó a personas honorables del pueblo, etc.) y culpó a los cristianos de la rebelión, aunque bien se sabía que nada tenían que ver con ella y que eran buenos ciudadanos. La situación para Antioquía se volvió asfixiante no solo para los cristianos, sino para todos los habitantes de la ciudad.

Cuando el emperador Constantino (272-337 d.C.) llegó al poder (25 de julio de 306) las cosas comenzaron a dar un giro favorable para los cristianos: legalizó la religión cristiana con el Edicto de Milán (313 d.C.), refundó Bizancio con el nombre de Constantinopla –la “nueva Roma”– (actual ciudad de Estambul, Turquía), facilitó la convocatoria del primer concilio de Nicea (325), construyó un enorme templo octagonal en Antioquía (la Domus Aurea o Iglesia Dorada), etc. Las persecuciones paulatinamente disminuyeron, y esto permitió dos situaciones: por una parte, se pudo estudiar la teología con libertad y sin las presiones del martirio –esto propició la aparición de grandes teólogos, pero también las grandes herejías–, y, por otra parte, el fenómeno del monacato. Esto último es de particular interés en la ambiente espiritual de la región. En cuanto que el martirio era cada vez más improbable, ahora la forma de vivir su fidelidad a Dios se buscaría mostrarla con la penitencia y la mortificación; así fueron apareciendo extravagantes formas de vida monástica en la antigua siria (i.e. acemetas, dendritas, estacionarios, estilitas, hipetras, etc.) para configurar un estilo de espiritualidad muy peculiar.

Aquí entra en escena san Máron († ca. 410), un santo anacoreta que le daría el nombre a la Iglesia Maronita. Fue un monje que, a saber por san Teodoreto de Ciro (ca. 383 - ca. 458 [o 466]) en su libro Historia de los Monjes de Siria (cap. XVII), dio origen a la hipetría, una espiritualidad que consistía en vivir a la intemperie considerando que la Providencia Divina, de quien dependemos, dispone de nuestro cuidado (llueva, nieve, haga calor o frío, etc., estamos en las manos de Dios, y él nos cubrirá siempre con su protección).

San Marón nunca fundó, en sentido estricto, ni buscó fundar nada. Sin embargo, su santidad de vida y su prestigio cristiano, dio lugar a una espiritual que llegaría a constituirse en jerarquía y, con ello, en una de las veinticuatro iglesias rituales sui iuiris de la Iglesia católica: la Iglesia Maronita.
Hasta el año 451 la fe cristiana en todo el mundo era prácticamente la católica (en comunión con el papa) tanto en oriente como en occidente. Cada región, sin embargo, retuvo su lengua y costumbres propias en la liturgia. La región de Antioquía era dominada por el arameo y el griego, aunque este último como un idioma “extranjero”.

El problema de la primera triste división que rompería la comunión con Roma fueron las crisis cristológicas. Los monjes del monasterio de Beit Marón (i.e. los discípulos del citado san Máron) se aferrarían al concilio de Calcedonia (451) que definió que en Cristo hay dos naturaleza (la humana y la divina) unidas en una Persona divina.

En el año 512 fue nombrado Severo (456-538) como patriarca de Antioquía que, aún siendo un patriarca legítimo, rechazó la doctrina del concilio de Calcedonia y favoreció el monofisismo. Esto secundó la inminente ruptura entre calcedonianos y no-calcedonianos, que tuvo lugar cuando, en el 543, fue nombrado Efrén (ca. 526-ca. 546) como patriarca de Antioquía y apareció un anti-patriarca de Antioquía de nombre Jacobo Baradai († 578), un monofisita que contó con el favor de la emperatriz Teodora († 548) y lo impuso, estableciéndose así el patriarcado monofisita de Antioquía (llamado “jacobitas”, por Jacobo). A partir del 543/544 la sede de Antioquía quedaría dividida en dos patriarcados: uno con un patriarca católico calcedoniano y fiel a Roma (Efrén), y otro con un patriarca jacobita, no-calcedoniano y separado de Roma (Jacobo Baradai).

Como Bizancio (i.e. Constantinopla) aún estaba en comunión con el Romano Pontífice y ahí radicaba el rey de Bizancio (en arameo “rey” o “emperador” se dice ܡܰܠܟܳܐ, malko), al grupo de cristianos calcedonianos se les llamó “melquitas” (de la palabra malko, por estar en la línea doctrinal católica que profesaba el rey).
El siglo VII, con el asesinato del patriarca de Antioquía Anastasio II († 609) este grupo de católicos calcedonianos (o melquitas) fieles a Roma sufrieron, a su vez, una ruptura propiciada por las invasiones persa (608) y árabe (636). Al quedar la sede vacante, Constantinopla intentó llenar la vacancia nombrando a los patriarcas de Antioquía, pero nominalmente, pues nunca vivieron en Antioquía esos patriarcas. Ellos fueron Macedonio (ca. 628), Macario (ca. 656), Teófanes (ca. 681) y Jorge (ca. 687), y después de la muerte de Jorge († 702) Constantinopla no nombraría más patriarcas para Antioquía hasta el año 742.

La división se suscitó porque uno de los grupo (futuros maronitas) no aceptaron la nominación proveniente de Constantinopla por faltar el consentimiento del papa, mientras que el otro grupo la aceptó sin reparo. Ambos grupo eran calcedonianos y, por tanto, católicos. Pero los maronitas seguirían un rumbo distintos. Así aparecen en escena la Iglesia melquita-maronita (que tomó su nombre por san Marón) y la Iglesia melquita-maximita (que tomó su nombre por san Máximo el confesor). La primera permanecería católica, y la segunda rompería más tarde con Roma. Eventualmente el término melquita sería aplicado poco a poco a los maximitas en la medida en que estos se iban acercando a Bizancio, para luego ser exclusivamente reservado a ellos.

Los maximitas, ya separados de Roma, serían conocidos formal, definitiva y solamente aplicado a ellos como melquitas en el siglo XI-XII por abandonar la liturgia y usos de Antioquía, y adoptar las costumbres y usos litúrgicos de Bizancio, incluyendo el griego. Mientras que los calcedonianos que permanecieron fieles a Roma serían llamados únicamente como maronitas desde el siglo VII, y emigrarían al Líbano huyendo de las persecuciones para mantenerse fieles a su fe católica, y conservarían sus costumbres y tradiciones antioquenas, incluyendo el arameo, aunque, como mencionaremos más adelante, sufrirán, en el s. XVI, la influencia latina por su cercanía espiritual con el Vaticano.


4. Período de creación del patriarcado maronita y de emigración al Líbano (s. VIII-XI).

Cuando los ejércitos bizantinos invasores de Justiniano II fueron derrotados en el año 684, y ante la urgencia de contar con un líder religioso en Antioquía, el clero y los monjes vinculados a Beit Marón eligieron como patriarca (ca. año 685/702) a uno de los monjes de dicho monasterio que tomó el nombre de Juan Marón (nacido ca. 628- fallecido ca. 707), convirtiendo a los maronitas en un pueblo totalmente independiente, condición que les permitió permanecer fieles al papa de Roma. Los ataques y los rigores en Antioquía fueron tan atroces que los monjes de san Marón tuvieron que pedir el apoyo de los jerarcas nestorianos. El hecho de recurrir a los líderes de una confesión heterodoxa no implica, para los maronitas, como algunos han querido decir, una comunión de fe con los nestorianos. Los monjes perseguidos, al no estar en contacto inmediato con los cristianos de Persia, no tenían ningún conflicto con ellos, por lo que podían, sin ningún reparo, solicitar la intervención de su patriarca ante las autoridades civiles. Sin embargo, sólo podía ser un paliativo, pues encontrarían otras garantías para la preservación de su fe: abandonar las ricas llanuras de Siria para refugiarse en el Líbano, dejar las costas de los Orontes donde podían florecer las más variadas culturas, y adentrarse en las montañas áridas de tierras vírgenes y salvajes. Lo que hizo posible en este momento la supervivencia de estos monjes, y de su nuevo patriarca, fue el apoyo incondicional que recibieron de los mardaítas, un grupo cristiano-calcedoniano que contaba con un fuerte entrenamiento militar y con el financiamiento de Constantinopla. Así, la Iglesia Maronita apareció, sin buscarlo, como una Iglesia Autónoma, a finales del siglo VII –unas cuantas décadas después de la llegada del Islam–, y quedó fortalecida como el fiel vestigio católico del oriente cristiano, en el siglo XI, durante el cisma ocurrido entre las iglesias de Roma y Constantinopla.

La emigración maronita no se produjo de repente; comenzó a finales del siglo V y continuó gradualmente en los siglos sucesivos. Los maronitas se asentaron primero en la región norte del Líbano, especialmente al pie de la cordillera de los Cedros; más tarde, se dirigieron hacia el centro y el sur; y así, poco a poco, el Líbano se fue cubriendo de esta población activa y trabajadora, aunque la parte septentrional siguió siendo el centro de su agrupación.

Cuando llegaron al Líbano, la primera preocupación de los maronitas fue organizar el culto para cuidar y profesar su fe, que era la mayor motivación de su emigración. En efecto, a mediados del siglo VIII ya existían iglesias maronitas en territorio libanés, como la de san Mammas en Ebden, construida en el año 749.

La destrucción del monasterio de san Marón y el traslado de la residencia patriarcal al Líbano activaron aún más el movimiento de inmigración. Los maronitas, extendiéndose por toda la tierra de los Cedros, plantaron la cruz por doquier e hicieron de este macizo un altar cristiano.

Aunque la principal presencia de los maronitas y su lugar de operación se asentó en el Líbano, también hubo migración maronita en otras zonas aledañas. Hay documentos de la primera mitad del siglo XII que revelan la existencia de monasterios maronitas en la isla de Chipre, fundados probablemente en el siglo IX, tras la persecución general que tuvo lugar bajo Al-Mamoun (813-833) en Siria y Palestina. Muchos cristianos y clérigos se refugiaron en Chipre. En el siglo XI, había una comunidad maronita establecida en la región de Alepo y gobernada por el obispo, Tomás de Kaphartab (fl. ca. 1045), y sabemos que en 1140 un líder maronita, llamado Simón (fl. ca. 1110-1150), tomó Aintab al norte de Alepo (Dip, 1928). Estas indicaciones son suficientes para mostrar la expansión de los maronitas en Chipre, Siria y en otros lugares. Siendo, pues, el Líbano en donde se estableció la gran mayoría de los maronitas, allí es donde radicó, y aún radica, el centro de su vida nacional y eclesiástica.

Los maronitas esperaban poder encontrar una completa paz religiosa en las montañas, pero sólo encontraron una paz intermitente y relativa. En síntesis, llegados con su patriarca al norte del Líbano en el siglo VIII, poco antes que de la llegada de los mardaítas, llevaron una existencia precaria, perseguida y diezmada por los abasíes (750-1098), hasta la llegada de los cruzados, mientras que sus comunidades, que permanecían en las llanuras y en las ciudades ubicadas en las riveras del Orontes, terminaban lentamente su disolución (Dip 1928).


5. Período patriarcal maronita hasta las cruzadas (s. XII-XV).

Existe una gran laguna de referencias bibliográficas del patriarcado maronita hasta la llegada de los cruzados en 1098, debido a que en el siglo X se destruyó la biblioteca del monasterio de Beit Maron, y, explicable asimismo, por las dificultades que tuvieron los maronitas para sobrevivir en circunstancias tan adversas, dificultades que no les permitió tener tiempo para escribir o, si en algún momento les permitió documentar algo, entre persecución y persecución se perdió lo poco que pudiera existir. Se sabe también de que, por cerca de seis siglos después de la llegada de los cruzados, los maronitas fueron los únicos cristianos en todo el oriente en permanecer en total comunión con la Iglesia Católica, comunión que le ha dado sustento histórico –y de legitimidad– a su patriarcado, a pesar de contar, como se ha dicho, con esas escasas pistas escritas, pues es muy sólida su tradición oral en relación a su patriarcado, y son evidentes sus rastros arqueológicos.

Durante este periodo se fueron enclaustrando paulatinamente los maronitas en las montañas del Líbano, produciéndose un fenómeno de aislamiento que, paradójicamente, permitió que no perdieran su identidad, sino que, por el contrario, la fortalecieran. Rodeados por árabes y musulmanes, debieron afianzar su condición de cristianos. En presencia de estas luchas, los maronitas adoptaron una forma de organización militar para mantener su relativa autonomía. Así, los grandes terratenientes del Líbano se vieron obligados a asumir el papel de caudillos que lucharon a la cabeza de sus campesinos. Esta evolución fue solo una adaptación de costumbres feudales y patriarcales a causa de las imperiosas exigencias de aquellos tiempos particularmente problemáticos. Obligados a luchar para defenderse, los cristianos del Líbano sintieron la necesidad de unir sus fuerzas agrupados en un solo líder. Fue en este ambiente cuando se produjo un evento de gran repercusión: la llegada de los cruzados (en 1244), encabezados por san Luis IX, rey de Francia (1214-1270). Causó una gran alegría para los maronitas recibirlos, quedando conmovidos al ver a sus hermanos de occidente, hacia quienes siempre habían dirigido sus ojos y pensamientos a razón de la figura del Romano Pontífice, su gran pastor. Los maronitas, con su conocimiento de la zona, su carácter valiente y experimentado en su defensa, fueron una ayuda particularmente útil para los cruzados. Entre maronitas y francos (i.e. cruzados) siempre reinó la mayor cordialidad, explicable debido a que se consideraban en perfecta comunión de fe con la iglesia latina; testimonio de ello se constata en hechos, por ejemplo, de que los maronitas adoptaron muchas costumbres latinas como el uso del anillo, la mitra y la cruz pectoral por parte de sus prelados, o como el hecho de la utilización, por parte de su clero, de ornamentos latinos, mientras que los otros cristianos orientales no deseaban ni siquiera escuchar de ello (Dip 1928).

Uno de los resultados de las cruzadas fue facilitar la comunicación entre Roma y los maronitas, pues a pesar de haberse consolidado el patriarcado maronita como católico y en fidelidad al papa, apenas tenían, por aquel entonces, comunicación con la Santa Sede a causa de sus sufrientes penurias y persecuciones. Hay un documento muy elocuente que refleja esta situación, se trata de una carta fechada el 16 de noviembre de 1494 del obispo maronita de Nicosia (Chipre) Gabriel ibn al-Qilai (ca. 1447-1516) dirigida al patriarca Simón VI El-Hadati (fl. 1492–1524) en donde lo insta a pedir la confirmación pontificia de su elección patriarcal lo antes posible, argumentando que “la tradición no puede objetar que esta costumbre es una innovación”, y habla “de más de quince cartas de papas, con sus sellos, que están en mi poder y aún se conservan en mi monasterio”. Al argumentar Gabriel que esta costumbre no era una innovación da a entender que había una comunión con Roma no tan visible y que pudiera, por tanto, parecer como si no la hubiera, y, ante la especulación, afirma tener más de quince cartas. Es conveniente resaltar que se atestigua, con la llegada de los cruzados, la catolicidad de los maronitas, pues de lo contrario, no hubieran encontrado los cruzados el apoyo en los maronitas. Que la comunicación con el papa fuera escasa por las circunstancias descritas, no significa que no hubiera comunicación o que no estuvieran en comunión con él. En efecto, desde 1054, año del lamentable cisma de Oriente, hasta 1724, año de la elección del primer patriarca melquita católico, los maronitas fue la única presencia católica en todo el oriente, “siete siglos son más que suficientes para establecer una tradición válida” (Tayah, 1999).
En referencia a las dos supuestas “conversiones” de los maronitas a la fe católica –1131 y 1181– celebradas por Guillermo de Tiro, deben de ser interpretadas en el contexto de los cismas papales (y no maronitas) que se vivieron en ese tiempo y que enfrentaron a Anacleto II (1130-1138) contra Inocencio II (1130-1143), y a Victor IV y sus sucesores (1159-1180) contra Alejandro III (1159-1181). Los maronitas residentes en Jerusalén se unieron a la firma de fidelidad al papa legítimo de Roma, en solidaridad a toda la cristiandad, pero no por estar fuera de la Iglesia católica. Así, esas “conversiones” no son tales, sino simplemente una confirmación de su fe, y que fueron firmadas, sin más, como constancia a su catolicidad. De lo contrario, hubiera necesariamente quedado una contraparte no-católica, como ocurre con otros denominaciones cristianas.

La asistencia del patriarca Jeremías (fl. 1199-1230) al IV Concilio Ecuménico de Letrán (1215) recoge un testimonio milagroso ocurrido en presencia del papa Inocencio III (fl. 1198-1216) que quedó ilustrado en una pintura realizada –de autor desconocido– para la basílica papal de san Juan de Letrán. Esta pintura muestra una hostia consagrada revoloteando sobre la cabeza del patriarca. Se cuenta que se le pidió al patriarca maronita celebrar la misa frente a todos los padres conciliares –incluido el papa– para “demostrarles su fe católica”, pues dudaban de su catolicidad, sospecha legítima si se considera que, por el cisma de oriente (1054), se pensaba en muchos círculos romanos de esa época que todos los cristianos se habían separado de Roma. Mientras celebraba la misa el patriarca cayó en éxtasis y se elevó unos cuantos centímetros del piso y, entretanto, la hostia consagrada comenzó a revolotear sobre la cabeza iluminada del patriarca, mientras los testigos presentes se postraban en adoración al Santísimo Sacramento. Así, con este milagro, Dios manifestó y reconfirmó la fidelidad maronita a la Santa Sede. Inmediatamente después, el mismo papa Inocencio III, ratificó la sucesión legítima del patriarca de Antioquía de los maronitas en su famosa bula de 1215, y en la que pidió a los maronitas, para no levantar más sospechas de que no fueran católicos, adoptar algunas costumbre romanas. Esto propició una “latinización” de los maronitas, que se evidenciaría más tarde en el siglo XVI, pero ratificó su constante fidelidad a la sede romana.

Por otra parte, desde la derrota de los cruzados en 1291 hasta 1578 se atestiguan más de 300 documentos papales entre Roma y los maronitas (Tobía Annasi, Bullarium Maronitarum, Roma, 1911).
Después de la caída de los cruzados (en 1291) hasta la conquista otomana (en 1516) los maronitas fueron víctimas de la dominación de los mamelucos –esclavos guerreros, en su mayoría de razas caucásicas y mongoloide y de origen eslavo, circasiano y, principalmente, turco–, que estaban islamizados e instruidos militarmente. En 1268 los mamelucos conquistaron Antioquía, y, en 1283, el ejército del sultán mameluco de Egipto Sayf al-Din Qalawun (fl. 1279-1290) penetró, según escribió el patriarca Esteban Douaihi († 1704), en las fortalezas más remotas de los maronitas –las de Ehden, Bcharre y Hadath el-Jebbeh–, capturaron al patriarca Daniel de Hadshit (1278-1282), lo martirizaron, y demolieron el fortín ubicado en la cima de la montaña de Ehden. Los maronitas fueron cruelmente masacrados y perseguidos por ser amigos de los enemigos de los mamelucos, los cruzados; y quedarían nuevamente incomunicados con occidente (en el mismo año 1291). En 1292 el caballero francés Guido de Lusignan (ca. 1150-1194) compró la Isla de Chipre para los franceses, y hubo una importante emigración de los maronitas de Tierra Santa y de Siria Oriental a Chipre para obtener ahí protección.

Los mamelucos dividieron a Siria en seis mamlakāt o provincias (Trípoli, Damasco, Aleppo, Hama, Safad y Karak), y les asignaron un gobernador a cada una de ellas, llamado naib (نائب ,“delegado” o “gobernador”).
En 1365 los francos realizaron una cruzada en Alejandría (Egipto), y los mamelucos, en represalia, arrestaron al patriarca maronita en las montañas del Líbano, S.B. Gabriel II de Hjula (fl. 1357-1367), a quien quemaron vivo cerca de la mezquita de Tilan en Trípoli.

Durante la dominación de los mamelucos se dio un fenómeno particular en la historia universal: se unieron, a los maronitas, los drusos y los chiíes (musulmanes metualis o mutawallis, متوالي) para defenderse contra los mamelucos. Esta comunión de convivencia “libanesa” hizo posible una cohesión social exclusiva en el mundo: la tolerancia multicultural y religiosa que ha caracterizado al Líbano hasta el presente (2020).
En 1440, con la destrucción del monasterio de Mayfuq, donde residía el patriarca, el patriarcado maronita se trasladó al monasterio de Qannubin, para obtener cierta protección. Poco antes de ser destruído el monasterio el papa Eugenio IV (fl. 1431-1447) había mandado el palio papal de confirmación al patriarca Juan VIII Pedro El-Jaji (fl. 1440-1445) y lo había hecho con el sugerente y alusivo término de “Patriarcha Antiochienis”. Esto es muy elocuente, puesto que se confirmaba no sólo la unión con Roma, sino también la legitimidad católica del patriarcado de Antioquía, pues pudo haber usado el término “Patriarcha Maronitarum” (i.e. “patriarca de los maronitas”). Aunque conscientes de ser patriarcas de Antioquía, el primer patriarca que utilizó en su firma este título como tal (i.e. “patriarca de Antioquía”) fue Su Beatitud José II Pedro El-Hadati (fl. 1468-1492), restaurando así el antiguo título de “Patriarca de Antioquía y de todo el Oriente”. En este momento, finales del siglo XV, el Líbano gozó de una cierta paz, situación que aprovechó el sultán para nombrar a jacobitas como alcaldes, lo cual propició que se infiltrará la herejía jacobita en algunas regiones del norte del Líbano. En 1488 el patriarca maronita José II Pedro El-Hadati se opuso al muqaddam (مقدم, “alcalde”) de Bcharre, pro jacobita, Abd el-Mon’en Ayoub II (fl. 1472-1495), pues había traído a la región a monjes jacobitas y les había construido la iglesia de san Bursouma (un santo del siglo V [† ca.457] venerado por la iglesia ortodoxa). A la muerte de Abd el-Mon’en Ayoub II († 1495) lo sucedió su hijo quien confesaría su fe católica y su fidelidad a los maronitas. Disminuyó, así, poco a poco, la herejía jacobita del monofisismo, jugando un papel relevante dos frailes maronitas que profesaron como franciscanos, el citado obispo Gabriel ibn al-Qilai (ca.1447-1516) –quien evangelizó y difundió la fe verdadera a través de un estilo de canto poético llamado zajal–, y su maestro, el flamenco fray Gryphon van Kortrijk (1400-1475). Los maronitas terminando sobreponiéndose a los jacobitas, que se replegaron de la región. Esto sucedió hacia 1495 durante el patriarcado de Simón VI El-Hadati (fl. 1492-1524). Aunque triunfaron los maronitas, sin embargo, debieron afrontar serios problemas provenientes de otros grupos de cristianos y hubo otra emigración maronita considerable hacia Chipre en 1510.


6. Período patriarcal maronita durante la invasión otomana (s. XVI-XX).

Este período que sufrieron los maronitas abarcó desde 1516, año en que los otomanos arrebataron Siria a los mamelucos bajo el sultán otomano Selim I “el Severo” (1465-1520), hasta 1918, año del fin de la I Guerra Mundial.

a) Inicio de la invasión otomana

Como prolegómeno de lo que se avecinaba con la invasión otomana, el papa León X (fl. 1513-1521) escribió una profética carta al patriarca Simón VI El-Hadati (fl. 1492-1524): “nos es muy grato saber que tú y la nación maronita perseveran en la constancia de la fe, y en el cuidado de los ayunos, las costumbres establecidas y en la práctica de una vida dura y ejemplar […] Agradecemos a la Divina Providencia, con todo lo que nos es posible alabarla y bendecir, porque, en medio de la iglesias orientales, rodeadas de infieles y sumergida en los campos del error, el Altísimo se ha dignado conservar a sus fieles servidores como rosas en medio de espinas, para la gloria de su Nombre y la conversión de los infieles; y rogamos les permita conservar intrépida y piadosamente la fe y la disciplina de la santa Iglesia Católica y romana, sin que las persecuciones y las dificultades que deberán soportar de parte de los infieles enemigos de nuestro Salvador, los herejes y los cismáticos, puedan desviar su fe de Cristo” (Papa León X, 1515).

Alrededor de 1525 el nuevo patriarca Mousa Saade El-Akari (fl. 1524-1597) envió a Francia a un delegado suyo para pedirle a Carlos V su ayuda con el fin de liberar al Líbano de los otomanos, pero no tuvo eco, por lo que el patriarca mismo hizo directamente una negociación con el sultán Suleiman el Magnífico (fl. 1520-1566), la cual resultó satisfactoria, y logró una especial autonomía; por eso, quizá, el período otomano fue, en cierto sentido, menos difícil que la dominación de los mamelucos, aunque en absoluto nada fácil. En efecto, lo maronitas gozaron de algunas libertades, por ejemplo, los patriarcas maronitas, a diferencia de sus homólogos ortodoxos y armenios, jamás tuvieron que pedir un Firmán del sultán para confirmar su elección patriarcal, incluso los patriarcas católicos de otros ritos, como S.B. Máximo III Mazloum (patriarca melquita, fl. 1833-1855) y S.B. Antonio Pedro IX cardenal Hassun (patriarca armenio, fl. 1866-1881) sufrieron grandes dificultades antes de alcanzar su condición patriarcal.

Es propio resaltar que este fenómeno representó, por tercera vez en la historia del Levante, el hecho de que los maronitas fueron la única denominación cristiana –y, católica– en el Medio Oriente de gozar de lo que parecería ser un ala militar independiente y regular que se resistió a la conquista o al dominio islámico; la primera, como hemos visto más arriba, ocurrió en el siglo VII durante las invasiones persa (608) y árabe (636), y la segunda en el siglo X con la llegada de los cruzados (El Khoury, 2017).

En lo eclesiástico, aunque fieles fervientes a su fe católica, los maronitas también sufrieron, en esta etapa, de dolorosas incomprensiones por parte de Roma, causada por la poca pericia de algunos delegados pontificios. En 1567 se le acusó al recién electo patriarca Miguel El-Rizzi (fl. 1567-1581) de sospecha de herejía en su doctrina. El papa san Pío V (fl. 1566-1572) escuchó las acusaciones, pero conociendo la benevolencia de los maronitas, hizo caso omiso a las calumnias. Cinco años mas tarde se reavivan las calumnias, y el papa Gregorio XIII (fl. 1572-1585) decidió enviar al padre jesuita Giovanni Battista Eliano (1530-1589) para examinar la fe de los maronitas, así como su liturgia, sus hábitos y sus lecturas. Llegó en 1577 al Valle de Qannubin, donde residía el patriarca, se reunió con él y con todo los obispos y superiores maronitas. El padre Eliano fue muy apreciado en el Líbano por su abnegación y entrega. Después de su minuciosa investigación, en 1580, entregó el palio del papa al patriarca confirmando su fidelidad y su verdadera fe católica. Dos años después, en 1582, el papa Gregorio XIII decidió fundar el Colegio Maronita en Roma para albergar a los maronitas invitados a Roma con la intención de supervisar la impresión de los libros litúrgicos, y, para el año 1584, dictó una bula para convertirlo en residencia para seminarista o clérigos jóvenes traídos de oriente para estudiar y formarse en el Colegio Romano de la Compañía de Jesús, que eventualmente llegaría a convertirse en la Pontificia Universidad Gregoriana. El patriarca en turno era Sarkis El-Rizzi (fl. 1581-1597), hermano del patriarca Miguel, quien había sido elegido para demostrar el gran cariño que los maronitas le tenían al calumniado Miguel por su santidad y fidelidad a la Iglesia, así que su hermano, que había sido emisario patriarca antes de ser patriarca conocía muy bien las acusaciones que a su hermano y a los maronitas en general les infringieron. Para 1596 las calumnias aún seguían en boca de algunos romanos, por lo que el papa Clemente VIII (1592-1605) envío al jesuita Girolamo Dandini (1554–1634) como nuncio apostólico al Líbano, quien constató la falsas acusaciones contra los maronitas, y expresó, con reclamo, que todas las herejías atribuidas a los maronitas eran infundadas. Dejó su testimonio por escrito, que posteriormente fue recogido como libro bajo el nombre de Missione apostolica al patriarca, e maroniti del Monte Libano (publicado en 1656). En este extenso testimonio de 234 páginas dice: “las cartas de los papas fueron escritas según testimonios falsos. Yo mismo me di cuenta. Encontré que los originales no contradecían a la Iglesia Católica, sino que los delegados papales no supieron interpretar los libros […] se encontró de manera diferente, y que las Bulas de los Sagrados Sumos Pontífices habían sido escritas de esa forma a causa de la falsa información que habían obtenido, de la cual me quedé aún más apaciguado y satisfecho, cuánto, de hecho, descubrí que era así, ya que los libros, que tuve en mis propias manos, todos estaban llenos de verdades católicas” (pág. 98-99).

Los otomanos dividieron la región en provincias que denominaron wilayats gobernadas cada una de ellas por un gobernador llamado pasha, que tenía el título de pachalik. A Siria la dividieron en tres wilayats: Damasco, Aleppo y Trípoli, y los wilayats, a su vez, los subdividieron en distritos llamados sanjacados. En el Líbano estaban tres sanjacados: el de Beirut y el de Sidón (pertenecientes al wilayat de Damasco), y el de Norte Líbano (perteneciente al wilayat de Trípoli).

Básicamente estas provincias conservaron la misma estructura que los mamlakāts que habían organizado los mamelucos, pero añadieron como cambio un nuevo distrito (o sanjacado) en el Chouf, con el fin de supervisar más de cerca a los belicoso drusos radicados ahí (Tayah, 1999): el sanjacado de Sidón.

En efecto, los otomanos encontraron a su llegada al Líbano un sistema feudal dominante de emires o dinastías individuales de diversas etnias y religiones, y autorizaron que se mantuviera este status quo, lo que permitiría que los maronitas siguieran ser gobernados directamente por sus muqaddamin (i.e. alcaldes). Esta condición favoreció una nueva inmigración al Líbano de grupos multiétnicos y multireligiosos desde otras regiones ocupadas por los otomanos para vivir bajo la protección y amparo de los maronitas. Se confirma una vez más, con este hecho, la tradición maronita de promover la coexistencia y convivencia armónica de todas la creencias religiosas en una única y tolerante nación, el Líbano.

b) Dinastías durante el imperio otomano

En el Monte Líbano durante el gobierno mameluco, la nobleza drusa local se dividió en dos dinastías a causa de la rivalidad de los Qays (originados de una tribu árabe beduina) contra los Yáminis (originados de una denominación chíitas). La dinastía de la familia Buhtur representaba a los Qays, mientras que la dinastía de la familia ‘Alam ad-Din representaban a los Yáminis. Cuando la familia Ma’an suplantó a la Buhtur en 1516, la dinastía ‘Alam ad-Din se unió a la dinastía Ma’an.

La dinastía de los Ma’an llegarían a resplandecer con su ilustre hijo Fajr-al Din II (1598-1635). Su padre murió cuando él tenía 13 años, y su madre lo envió con los maronitas para educarlo y protegerlo, por lo que, a pesar de ser druso, conoció muy bien a la fe católica. En 1591 se convirtió en el emir del Líbano.

Durante su gestión instauró un largo régimen de mano fuerte y liberalismo ilustrado lo que le permitió ser considerado por algunos historiadores como el primer líder que asentó los cimientos del moderno estado libanés (Tayah, 1999). Rodeado de consejeros maronitas, como Abu Nader El-Khazén (fl. 1600-1647), su gobierno se caracterizó por la prosperidad económica y cultural, buscando la unión del pueblo libanés y la independencia del imperio Otomano. Consideró siempre al patriarca maronita como la voz más autorizada del Líbano, y le otorgó libertad y total autonomía en sus decisiones y gobierno; para Fajr-al Din II, el patriarca era “la voz de Dios” en su pueblo. Por su clara postura en favor del Líbano y su lealtad hacia los maronitas fue acusado de “traición, negación del Islam y simpatía hacia los cristianos” por el sultán otomano Murad IV (1623-1640), quien lo encarceló en Constantinopla y lo ejecutó en esa ciudad el 13 de abril de 1635.

Después de su muerte, la familia Ma’an continúo en el poder a través de sus sobrinos Melhem Ma’an (fl. 1635-1657) y Ahmad Ma’an (fl. 1657-1697), aunque con fuertes oposiciones del partido druso Yámini encabezado por ‘Ali Ibn Muzaffar ‘Alam ad-Din († 1660) y de la familia chiíta Hamadas. Cuando Ahmad Ma’an muere sin dejar un heredero masculino en 1697, los jeques de la facción drusa Qays del Monte Líbano, incluido el clan Jumblatt, se reunieron en Samqaniyeh (سمقانية, entre el Deir el-Qamar دير القمر, y Mouktara مختارة) y decidieron que el sunita Bachir I Chehab (1697-1705) sucediera a Ahmad como emir. Mediante lazos de amistad y de sangre con los Ma’an continúo la política de su predecesor Ahmad. La princesa Sehrennada, viuda de Bachir I, fue la primera Chehab que se convirtió al catolicismo (Tayah, 1999). Bashir I fue envenenado y murió en 1705. El patriarca e historiador Esteban Douaihi († 1704) afirma que el emir Haydar Chehab (fl. 1705-1732), quien desde entonces había alcanzado la edad adulta, fue responsable de la muerte del emir Bashir. El emir Haydar, quien asumió el poder, era sobrino de Bashir I y nieto de Ahmar Ma’an, y gobernó enérgicamente, y logró mantener su linaje directo en el poder por diez décadas gracias a derrotar al partido druso Yámini y por sus alianzas con los Qays, quienes a su vez se dividieron en Jumblatti y Yázbaki, y en ambos partidos había familias maronitas.

El príncipe Melhem Chehab (1732-1753) sucedió a su padre, gobernando con gran dinamismo y rodeado de consejeros maronitas. Aunque ocultaba sus creencias religiosas (sunita musulmán) solía asistir regularmente a las misas maronitas. Tenía un profundo conocimiento de los asuntos eclesiásticos y tuvo un gran interés en la expansión de la fe católica.

En esta época es oportuno detenernos en el papel que desempeñó el obispo maronita José Simón Assemani (1686-1768). Este obispo era de un pueblo del Norte Líbano llamado Hasroun. Fue estudiante del Colegio Maronita en Roma y promovió la riqueza espiritual de las iglesias orientales en la Ciudad Eterna. En 1715 el papa Clemente XI (fl. 1700-1721) lo envío al oriente a recolectar todos los manuscritos que pudiera encontrar por allá. Desafortunadamente a su regreso a Roma, en 1717, el barco en que navegaba naufragó a consecuencia de una tremenda tormenta, y muchos manuscritos maronitas se perdieron en el Mediterráneo, pero aún así logró reunir en la Biblioteca Vaticana una de las mejores y más grandes colecciones orientales del mundo. Esta colección es conocida como la “Biblioteca del Oriente” (Bibliotheca Orientalis, en latín). En 1736 fue designado legado pontifico de Clemente XII (fl. 1730-1740) para el Sínodo Maronita del Líbano, y durante el desarrollo de este importante sínodo fue recibido por el príncipe Melhem Chehab en un par de ocasiones. Al año siguiente, en 1737, fue nombrado director y custodio de la Biblioteca Vaticana permaneciendo en este encargo papal por 31 años, hasta el día 13 de enero de 1768, día de su fallecimiento. Dos años antes de su muerte había sido consagrado arzobispo de Tiro. Al morir mons. José Simón Assemani, se quedó como responsable en la Biblioteca Vaticana el arzobispo de Apamea, mons. Esteban Evodio Assemani (1707-1782), pues, al ser sobrino de José S. Assemani, había adquirido mucha experiencia en los manuscritos, por lo que el papa Clemente XIII (fl. 1758-1769) no dudó en nombrarlo prefecto de la Biblioteca. A lado de este par de eruditos Assemani, aparecieron en escena dos personajes más de esta familia: el padre José Luis Assemani (1710-1782) primo de mons. Esteban Awed Assemani y sobrino de mons. José Simón Assemani, que además de ayudar a su tío y a su primo, también estudió en Roma y fue nombrado por el Papa Benedicto XIV (1740-1758), primero como profesor de siríaco en la Universidad Sapienza de Roma y más tarde como profesor de liturgia. El mismo papa lo convirtió en miembro de la Academia de Investigación Histórica que acababa de establecerse en el Vaticano. Y el otro Assemani sería un sobrino nieto del obispo J. S. Assemani: Simón Assemani (1752-1821) quien sería profesor de lenguas orientales en Padua. La Biblioteca Vaticana quedaría en profunda gratitud con estos cuatro miembros de la familia Assemani por todo lo que aportaron para la colección de manuscritos orientales.

Otro acontecimiento importante de esta época que es conveniente recordar es el citado Sínodo Maronita de 1736 que tuvo lugar en Louaize (en Zouk Mosbeh). Participaron en este Sínodo además del patriarca José V El-Khazen (1733-1742) y del legado pontificio J. S. Assemani, doce obispos marontias, dos obispos siríacos y dos obispos armenios. El Sínodo duró tres días. Este Sínodo libanés fue el más completo de los sínodos regionales de la época y, en él se tomaron en cuenta todos los textos del Concilio de Trento (1545-1563). Este gran Sínodo es contrastante por un detalle: resaltó la catolicidad de los maronitas y su fidelidad al papa, pero ello los condujo a una latinización en su liturgia que sería purificada hasta el siglo XX con el Concilio Vaticano II. Luego le siguieron tres sínodos más convocados por el patriarca Simón VII Pedro Awad (fl. 1743-1756), buscando una reforma, pues la comunidad estaba divida y desalentada –unos a favor de la latinización y otros opinando lo contrario–, el de Kesrouan (1744), el de Bkerke (1747) y el de Qannubin (1755). Vendrían después una cadencia de sínodos añorando la reforma que no lograba alcanzarse (en Antoura 1756, en Ghosta 1768, en Mayfouk 1779, Bkerke 1790, Louaize 1818).

A la muerte de Melhem Chehab se disputaron el cargo los hijos de Haydar, Mansur y Ahmed (fl. 1753-1770) hasta que José, hijo de Melhem (1770-1778) se hizo del principado. El emir José Chehab fue el primer maronita que gobernó la montaña, aunque su fe se la ocultó al sultán otomano y al pashá de Sidón.
El pashá se llamaba Ahmad al-Jazzar (fl. 1777-1804) y tenía como apodo “el carnicero” por su forma tan cruel y nefasta de gobernar. El principe José, una figura excepcional, tuvo mucho mérito: puso fin al caso de la monja Hindiyyah (1779), terminó con los caprichos políticos de la familia Hamadas (1788), y ayudó a que el patriarca José VI Pedro Esteban (fl. 1766-1793) regresara a su sede patriarcal (1784).

Después vendría como emir Bashir II Chehab (fl. 1788-1840), quien, viviendo en la pobreza, se casó, en 1787, con una viuda rica de su familia, la señora Shams Chehab. Bachir II era también maronita, pero de un corazón resentido porque su padre Qasim Chehab murió y no pudo gozar de las bondades de la vida principesca de su tío el emir José (primo hermano de su papá). Con astucia y el dinero de su esposa logró trasladar a su tío José a Sidón para que Al-Jazzar lo asesinara (1790). Así asumió el trono y, evidentemente, se creó un conflicto entre Bashir II Chehab y sus primos y tíos. Más tarde, en 1807, Bashir II hizo cegar a los tres hijos de su predecesor y tío José (Husain, Saad ad-Din y Salim) y los encarceló, y a los tutores de éstos, ‘Abd el-Ahad y Gerges Baz, los mandó ejecutar. Cuando murió su esposa Shams (1829), se volvió a casar. Su segunda mujer, de nombre Jihan, era musulmana, pero se convirtió al catolicismo antes de casarse. Fue una mujer discreta, de trato amable y muy caritativa con los habitantes de Monte Líbano; su encanto ejerció una favorable influencia sobre su esposo. Bachir, a pesar de haber tenido un lado oscuro e inhumano, consolidó, quizá arrastrado por el testimonio de su segunda esposa, la expansión maronita en toda la región.

c) Las masacres a los maronitas y a los demás cristianos

El reinado de Bashir II coincidió con el par de décadas que presenciaron la vertiginosa ascensión al poder de Mohammed ‘Alí Basha (fl. 1805-1848) en Egipto. De 1805 a 1830 Mohammed ‘Alí peleó en defensa de sus sultanes otomanos, Selim III (1789-1807) y Mahmut II (1807-1839). Pero, hacia 1831 comenzó su período de desobediencia a ellos y, en 1838, anunció su deseo de conseguir la independencia del Imperio otomano y convertir a Egipto en un reino hereditario. Este anuncio provocó una tremenda crisis en las tensas relaciones entre el sultán y su vasallo que repercutieron en el Líbano, pues Bashir II había tomado partido por Mohammed ‘Alí. El emir Bashir II se exilió en 1840, y Mohammed ‘Alí impuso un reclutamiento obligatorio de los libaneses, a los que el patriarca José VIII Pedro Hobeish (fl. 1823-1845) se opuso radicalmente.

Los drusos decidieron unir fuerzas con los maronitas y, juntos, eligieron a Francisco Khazen (fl. 1840-1842) como su líder con el quien derrotaron a los ocupantes egipcios en una guerra brutal en 1840. Bachir II se vio obligado a dimitir e irse al exilio a Malta con los británicos, y le sucedió en el poder su primo segundo Bachir III (fl. 1840–1842). Bachir III fue confirmado inmediatamente por el sultán en su cargo, pero probó ser hombre de poca monta y generoso, y debido a su altruista compasión hacia los necesitados fue apodado el bu tahin (ابو- طحين, «el que da harina»). Levantó a los drusos en contra suya y comenzó a perder poco a poco el apoyo de los maronitas, pero el patriarca José VIII Pedro Hobeish se mantuvo de su lado, lealtad que ocasionó, tristemente, una profunda división entre drusos y maronitas.

Después de la animosidad que se suscitó en 1840 entre drusos y maronitas, cuando las tropas de ocupación egipcias, encabezadas por Ibrahim Pasha (1789-1848), abandonaron el Líbano y Siria, y el Monte Líbano fue destruido con violencia y masacres, el imperio otomano tomó la resolución de dividir el Monte Líbano en dos cantones autónomos gobernados por un kaimakam (قائم مقام, en turco: “sub-gobernador”) cada uno: un cantón administrado por los drusos y el otro por los maronitas. La línea divisoria era la carretera Beirut-Damasco. Esta línea era de alguna manera arbitraria ya que muchas aldeas en los cantones drusos estaban mezcladas con presencia maronita. El cantón maronita no estaba mezclado. Se estableció también un consejo o asamblea de gobierno llamado majlis (مجلس, en árabe y en persa: “consejo”). Con esta resolución los otomanos inauguraban una clase de administración moderna, acotando el poder tradicional de los señores feudales y reduciéndolos en ma‘amurín (مآمورين, en árabe: “oficiales”, “alcaides”, “comandantes”). El ministro de Asuntos Exteriores otomano, Chekib Effendi (fl.1841-1845), fue enviado a Beirut en 1845 para ejecutar la resolución de esta división. Los drusos no estaban contentos con los privilegios que el emir Bashir II había extendido a los maronitas durante sus más de 40 años de reinado y estaban listos para que los cristianos pagaran sus “beneficios”. Y así fue como se fue fraguando la desgracia que se avecinaba para los maronitas.

A su vez, la situación de las intervenciones internacionales empeoraba día a día, pues los maronitas apoyados por los franceses y los turcos por lo británicos (quienes querían conservar un paso para la India, pues se les había cerrado Egipto), tensaban a toda la región. Finalmente, los drusos tomaron las armas en 1841 y atacaron Deir el-Qamar, y, aunque los maronitas lograron defenderse, les dejaron completamente destruido su patrimonio; era el inicio de las inminentes masacres para los maronitas y que llegarían a su culmen en 1860, como lo atestigua el siguiente comentario: “en suma, 7771 personas –hombres y mujeres de todas las edades fueron asesinadas en un espacio de tan ¡solo 22 días!; treinta y seis aldeas quedaron destruidas, 560 iglesias y 42 monasterios quemados, 23 escuelas –que acogían a cerca de 1830 alumnos– completamente devastadas” (Dip, 1928).

Entre 1945 y 1950 ocurren dos eventos que reflejan los sentimientos de aquella época: a) el moviendo de apertura a la emigración masiva de los maronitas desde los territorios mixtos (la emigración se dirigía hacia Argelia desde las aldeas en donde estaban mezclados maronitas y drusos a fin de protegerlos de las masacres), encabezado por el delegado patriarcal de Roma, el obispo Niqula Murad de Kesrewan (fl. 1843-1862), y con los apoyos de los franceses (con la fuerte oposición de los ingleses) y de los de la Sociétè de Saint Louis des Maronites impulsada por Luis de Baudicour (1815-1883); b) y el intento de los otomanos por resolver la cuestión de los impuestos sobre la tierra, pues era imprescindible para la justa implementación de la Resolución de Chekib Effendi, realizando un estudio de catastro con una metodología de evaluación visual, que encontró una fuerte oposición drusa de los Jumblatt, hasta que lograron suspender, en 1850, estos trabajos catastrales pero sin disminuir las animadversiones entre maronitas y drusos.

De 1858 a 1860 tiene lugar la Revuelta de los Aldeanos encabeza por el analfabeta maronita Tanios Chahine (fl.1859-1861) para poner fin al sistema feudal que había existido en la montaña libanesa desde tiempos inmemoriales, dando lugar al sistema de representación. Esta Revuelta, inspirada en la Revolución Francesa (1789) y el concepto de “República” propuesta en Francia, tuvo sus excesos como todo movimiento en que las emociones están a flor de piel. El patriarca maronita Pablo I Pedro Massad (fl. 1854-1890), a pesar de su simpatía por los aldeanos, mantuvo un papel de árbitro, logrando moderar a los extremistas de entre los aldeanos, y presionó a los miembros de la familia Jazén (o Khazen) a renunciar pacíficamente a parte de sus privilegios que más molestaban a los aldeanos, y aceptaran gobernar con la figura de ma‘mur (مأمور, “oficial”, “alcaide”) a nombre del pueblo.

En estas circunstancias de tensión que parecían por momento apaciguarse, los Jazén y los Jumblatt, en unos acuerdos secretos que sostuvieron entre sí, prepararon un proyecto de alianza de la nobleza libanesa con el propósito de aniquilar a los aldeanos. El arzobispo de Beirut, mons. Tobías Aoun (fl. 1844-1871) se percató de esas intenciones y comenzó las gestiones oportunas para desmantelar las pretensiones de ellos, gestiones que los otomanos tomaron como la causa por la que los maronitas locales, y los agentes europeos que los apoyaban, hubieran sido los responsables de atraer la guerra con el objetivo final de restablecer un fuerte gobierno cristiano pro-europeo para el Líbano. Finalmente, los otomanos no tendrían más remedio que trabajar con Tobías Aoun y el clero maronita para consolidar su dominio sobre el Monte Líbano. Los británicos furiosos, los franceses satisfechos con el arzobispo, y los drusos organizados en contra de los maronitas, provocó que el movimiento que se originó contra la nobleza maronita se convirtiera, esencialmente, en un empuje cristiano de liberación del antiguo régimen milenario del Dhimmi (ذمّي, en árabe significa “pacto” u “obligación”: judíos y cristianas que viven en Estados islámicos y cuya presencia es tolerada). Los drusos aprovecharon esta coyuntura para sublevar a los musulmanes de la región contra los tanzimat turcos (تنظيمات, “regulación”, “organización” de renovación política del imperio otomano), pues le daba la impresión que los otomanos, influenciados por las potencias europeas, apostarían a favor de los maronitas. Pero fue lo contrario, los otomanos turcos consideraron que los drusos podrían tener razón y optaron por apoyarlos, decidiendo acabar con todo vestigio cristiano en el Líbano.

El 19 de mayo de 1860 los drusos, con un ataque sorpresa, devastaron a más de 40 aldeas del Alto Matn (Dip, 1928), trayendo la guerra al corazón del territorio maronita (Tayah, 1999).

Los ingenuos maronitas creyendo en las legítimas intenciones del comandante turco otomano ‘Abdessalam Bey (fl. 1859-1861) cayeron en la trampa que les maquinó: atraídos a la plaza central del serrallo del comandante en Deir el-Qamar, quien les había prometido protección, llegaron al lugar, fueron desarmados y entregados a los verdugos quienes asesinaron a más de dos mil doscientos maronitas, mientras, al mismo tiempo, el druso Chebli el-‘Aryan (fl. 1859-1861) cometía otra masacre de 800 cristianos en Hasbaya, en su mayoría ortodoxos y melquitas. Los continuos engaños macabros de los otomanos de llamar a los cristianos de las diversas localidades con el pretexto de prometerles protección fueron recurrentes: desarmaban a sus víctimas, les quitaban sus objetos de valor, profanan a sus mujeres y las vendían a los harenes, y asesinaban a todos los hombres, fuesen niños o adultos.

El holocausto del fanatismo musulmán arrasó con todo: vidas humanas, animales, sembradíos, construcciones, caminos, presas, etc., menos con la fe, la cual se consolidaba en una absoluta confianza en la Divina Providencia bajo la protección de la Madre de Dios. En efecto, de estos dolorosos eventos fueron testigos san Ne’metala el-Hardini (1810-1858), san Chárbel Majluf (1828-1898) y santa Rafka al-Rayes (1832-1914), y como protagonistas del martirio los tres hermanos Massabki –san Francisco, san Abde el-Mo’ti y san Rafael–, asesinados el 10 de julio de 1860 en Damasco y canonizados como mártires en 1926 por el papa Pio XI (1922-1939).


7. La mutasarrifiyah ( الـمـتـصـرفـيـة) y el mandato francés.

El papa Pío XI levantó la voz contra las atrocidades que sufría el cristianismo en la montaña libanesa bajo la tiranía de los turcos con una carta que escribió a los maronitas el 29 de julio de 1860, y animó a los círculos europeos a trabajar por la paz en la región. Francia encabezaría la iniciativa papal y comenzó a negociar con cuatro potencias europeas en París (Inglaterra, Rusia, Austria y Prusia). Entre los cincos países acordaron enviar una expedición militar para ayudar al sultán turco Abdulmayid I (fl. 1839-1861) a restablecer la paz. El 16 de agosto de 1860 siete mil soldados desembarcaron en Beirut bajo el mando del general Charles-Marie-Napoléon de Beaufort d’Hautpou (1804-1890).

Pero a pesar de esta hecatombe, las cinco potencias buscaban sus propias conveniencias. Los intereses británicos querían asegurar la supervivencia turca para garantizar su ruta a la India, amenazada por la apertura francesa del Canal de Suez. Rusia y Prusia no les interesaba del todo la parte asiática del Imperio otomano pues estaban concentrados en los asuntos balcánicos. Y Austria, enfrentado por el nacionalismo italiano, le interesaba mantener un acceso al Adriático.

El patriarca Pablo I Pedro Massad buscaba una solución que no estuviera en conflicto con los intereses otomanos para garantizar a los libaneses su autonomía bajo un dirigente cristiano dentro un contexto de cooperación positiva con el entorno musulmán que los rodeaba.

Finalmente, el 9 de junio de 1861, la Comisión Europea terminó su trabajo con la firma del Protocolo de Pera (Turquía) que dio lugar al Reglamento Orgánico del 14 de septiembre de 1861, con el que se regiría el Líbano hasta 1919.

La administración del nuevo y autónomo sanjak (سنجاق, i.e. división administrativa dentro del imperio turco otomano) de Monte Líbano se confió a un gobernador católico llamado oficialmente mutasárrif (متصرّف), y se estableció su capital en Beit ed-Dine.

Los mutasárrif eran asistidos por un consejo administrativo llamado majils idári (مجلس إداري), y contaba con un delegado, llamado wakil (وكيل, “agente”), con la representación de cada una de las comunidades religiosas presentes en el sanjak: maronita, melquita, ortodoxa, drusa, sunita, y chiíta.

La comunidad maronita, siendo la inmensa mayoría, ofreció una participación de igualdad para todas las comunidades, incluyendo en los lugares en donde apenas hubiera algún druso o musulmán. Este ejemplar criterio maronita ha permanecido como un símbolo y como una garantía de tolerancia y respeto a la dignidad de la persona sin importar sus creencias en el Líbano. Lamentablemente, en el moderno concepto democrático de “las mayorías por número”, este desconocido principio está hoy siendo desafiado por los musulmanes en el Líbano, sin respetar a las minorías que pudieran habitar en el país. El patriarcado maronita, sin embargo, ha sido un defensor enérgico de este principio ciudadano.
Mientras la Comisión Europea trabajaba en la reconciliación, las luchas entre los maronitas extremistas de Tanios Chahine y los moderados de José Bey Karam (1823-1889) proseguían. Un hombre excepcional y de gran piedad, José Bey Karam se vió obligado a exiliarse en Italia, y, desde Europa, montó una estrategia firme para abogar por un país cristiano independiente; entre tanto, Tanios Chahine recibió un puesto en el Alto de Kesrawan, para después vivir en el retiro sus últimos 30 años de su vida. Los infatigables esfuerzos por el Líbano cristiano autónomo del venerable José Bey Karam verán sus primeros frutos hasta 1919.

Desde 1914 hasta 1918 Europa vivió la Primera Guerra Mundial, y el Medio Oriente se vio manchado por una desalmada persecución contra los cristianos.

Un acontecimiento, con frecuencia muy olvidado, fue la siniestra estrategia otomana para eliminar a la población maronita, y no solo a ella, sino también a las demás comunidades cristianas arropadas por los maronitas en el Monte Líbano. Temiendo que las fuerzas europeas se enfadaran con ellos –pues Francia e Inglaterra tenían puestos sus intereses en el Líbano– utilizaron un método de aniquilación distinto a los procedimientos aplicados a Armenia (ցեղասպանություն, tseghaspanutyun, en armenio “genocidio” entre 1914-1923) y a los caldeos asirios (ܣܰܝܦܳܐ, sayfo, en arameo “espada”; entre 1914-1924). El procedimiento de aniquilación para el Líbano sería a través de propiciar una hambruna, la cual se lograría dejando aislados a la población, creando un bloqueo de los aliados con artimañas engañosas, y la destrucción de todos los cultivos con fuego e infestándolos con enjambres de langostas. Esta gran hambruna suscitada a propósito entre 1914 y 1918 generó más de 200,000 víctimas mortales, sin incluir a la enorme cantidad de personas que, siendo niños y sin alimentación, crecieron con deficiencias mentales y con enfermedades diversas que les ocasionaron discapacidades. El nombre que recibe esta horrible acción es el de Kafno (ܟܰܦܢܳܐ, palabra aramea que se traduce como “inanición”, “hambruna”, “carestía”). El Sínodo Patriarcal Maronita realizó diversas acciones para mitigar esta catástrofe. Hubo gestos muy bonitos de la jerarquía maronita como los del arzobispo de Trípoli, mons. Antonio Arida (1963-1955), quien llegaría a ser patriarca en 1932, que dispuso de su patrimonio familiar para el servicio de la comunidad y que vendió su cruz pectoral de gran valor para comprar alimento para los sufrientes.

Por su parte, al mismo tiempo que ejercía su labor caritativa, el patriarca Elías Pedro Hoayek (fl. 1899-1931) trabaja incansablemente por la paz y por la libertad del Líbano, y en 1919 encabezó una importante delegación libanesa para la Conferencia de Paz en París . El príncipe Fáisal, futuro rey de Irak (fl. 1921-1933), tenía esperanzas de que un reino árabe unificado abarcara al Líbano, a Siria, a Irak, a Palestina y a la Península Arábiga. El patriarca Hoayek, que luchaba por un Líbano libre del Imperio Otomano, no deseaba que el Líbano se convirtiera en parte de una monarquía árabe. Su oposición a ello fue tan eficaz que, con la ayuda de Dios, a quien piadosamente rezaba para que el Espíritu Santo lo asistiera, rindió sus frutos.
Exigió la extensión de las fronteras del Líbano para incluir las ciudades de Beirut, Tiro, Sidón, Trípoli y los distritos de Akkar, Beqaa y el sur del Líbano, pues estas ciudades y distritos eran partes naturales del Líbano, pero que estaban administrativamente separados por el dominio otomano; pidió el reconocimiento de la independencia total del Líbano; y logró su objetivo bajo un protectorado francés sobre lo que él llamó el Gran Líbano. El general francés Henric Gouraud (fl. 1919–1923) anunció con una declaración de Francia la independencia del Líbano el 1 de septiembre de 1920 con el nombre de “Estado del Gran Líbano” bajo el mando francés con los límites territoriales actuales del Líbano con una superficie de 10,452 km². El 23 de mayo de1926 es proclamada como República del Líbano con la redacción de la Constitución. En junio de 1927 los drusos se rebelaron contra los franceses acusándolos de favoritismo hacia los cristianos, pero la revuelta fue aplastada.

A la muerte del patriarca Hoayek el Sínodo Patriarcal eligió a S.B. Antonio Pedro Arida (fl. 1932-1955) como patriarca maronita, un obispo generoso que había luchado caritativamente a favor de las víctimas de la Kafno (ܟܰܦܢܳܐ), como arriba mencionamos. Su patriarcado tuvo este sello de prodigalidad: remodeló con sus ingresos la iglesia de la casa patriarcal de verano en Dimán, fundó en Chekka una cementera en sociedad con la Société d'Entreprise et de Réseaux Electriques de Paris en 1929 para combatir la hambruna y en 1931 donó sus acciones al patriarcado para obras de caridad, y en 1934 reabrió con su ayuda el seminario central de san Marón en Ghazir. Sin embargo, sus relaciones con Roma fueron tensas. Si bien es verdad que la situación política del Medio Oriente era muy complicada, Roma veía con desconfianza algunas posturas de Arida. Es sintomático de este distanciamiento el hecho de que, siendo la investidura del patriarca maronita la de mayor autoridad moral en la región, el papa Pío XI (fl. 1922-1939) no lo hubiera nombrado cardenal, sino que le dio el título cardenalicio al patriarca sirio, S.B. Ignacio Gabriel I Tappouni (1879-1968) en el consistorio del 16 diciembre de 1935, y años más tarde se repitiera ese mismo gesto, pero ahora con el papa Pío XII (fl. 1939-1958) cuando en el consistorio del 18 de febrero de 1946 tampoco le concedió a Arida el capelo cardenalicio, sino al patriarca armenio S.B. Gregorio Pedro XV Agagianián (1895-1971). Sin embargo, el patriarca Arida continúo firme y acató con humildad las decisiones de Roma, que él interpretaba no como acciones de mala voluntad sino de ignorancia de la región o por intrigas generadas para dar sombra a la institución patriarcal maronita, la cual era demasiado poderosa y constituía un estorbo a los ojos de algunos dignatarios franceses destacados en Roma (Tayah, 1999).

Fuese lo que haya sucedido, el patriarca no descansó hasta ver culminado el deseo de José Bey Karam y de su antecesor S.B. Elías Pedro Hoayek de un Líbano independiente. Se opuso a la arabización del Líbano, y animó al Pacto Nacional de 1943 donde se expresaba un deseo honesto y general de vivir en el Líbano en un ambiente de tolerancia y convivencia confesional. La lucha entre musulmanes y cristianos sobre la arabización del Líbano se agravó por los múltiples intentos realizados por ideólogos cristianos, en su mayoría ortodoxos, para integrar las minorías cristianas de Siria y Líbano en una sociedad panárabe socialista en la cual el Islam se vería privado de su contenido coránico (Tayah, 1999). El patriarca se opuso a ello, pues buscaba un Líbano armonioso interconfesional y abogó, para ello, por la presencia de Francia como una forma de garantía. En plena Segunda Guerra Mundial, el 22 de noviembre de 1943, se independizó el Líbano de Francia. El patriarcado maronita volvía a confirmar la profecía bíblica de Isaías: “La gloria del Líbano le será dada” (Is 60, 13).


8. Después de la Independencia hasta el 2020.

El patriarca Arida se opuso firmemente al protocolo de Alejandría de 1944 (que condujo al nacimiento de la Liga de los Estados Árabes) y manifestó su deseo de crear un estado judío en Palestina, así como un estado cristiano en el Líbano. La Liga Árabe proyectaba una confederación de los Estados miembros, por lo que el patriarca marcó la pauta para invitar a los países árabes a firmar el Pacto de El Cairo en 1945 donde se remplazó el término “confederación” por el de “cooperación”, cosa que agrandó la división entre cristianos y musulmanes, representados principalmente por maronitas y sunitas, pues no agradó a estos últimos.

En 1947, con 84 años de edad, S.B. Antonio Pedro Arida comenzó a presentar algunos pequeños síntomas de demencia senil, que poco a poco se fueron agudizando y que, en momentos del día, eran particularmente comprometedores. Por tal motivo en 1948 el santo padre Pío XII, con el visto bueno del Sínodo Patriarcal, decidió instituir una Comisión de ayuda de Su Beatitud para la administración del patriarcado gobernada por tres obispos maronitas, y fungiendo como presidente el arzobispo de Tiro, mons. Pablo Meouchi (1894-1975).

La Comisión Patriarcal le dio agilidad a las iniciativas promovidas, pero aún no concretadas, del patriarca Arida con gran eficacia, logrando por ejemplo, la restauración del Estatuto Personal a las antiguas prerrogativas patriarcales (1948), la uniformación de las leyes del Líbano (1949), y la posibilidad de la doble nacionalidad de los libaneses que emigraron a otros país (1949). Una importante acción que realizó la Comisión fue el que logró generar nuevamente una comunicación abierta y fluida con Roma, que se encontraba tensa en esos momentos, propiciando una profunda confianza entre el Vaticano y Bkerke.
En 1952 llegó a la presidencia del país Camilo Nemer Chamoun (fl. 1952-1958), ante la renuncia de Bechara el-Khoury (fl. 1943-1952), primer presidente del Líbano después de su independencia. Chamoun tuvo algunos desacuerdos con la Comisión Patriarcal por sus distintas posturas respecto a la integración de los musulmanes en la vida política del Líbano. El patriarcado, conciliador y tolerante, era cercano a las otras creencias y se prestaba al diálogo con ellas, mientras que Chamoun opinaba diferente.

Las posturas del patriarcado, que ganaban cada vez más prestigio ante la sociedad libanesa y ante el mundo por la eficaz gestión que realizaba su Comisión, dio lugar a que, cuando falleció Su Beatitud Antonio Pedro Arida (19 de mayo de 1955), el papa Pío XII mandara suspender el Sínodo Patriarcal para la elección del nuevo patriarca y, con un procedimiento inusual, se abrazó al privilegio papal en la elección del patriarca, y emitió una bula fechada el 25 de mayo de 1955 donde nombraba como patriarca a Su Beatitud Pablo Pedro Meouchi (fl. 1955-1975), presidente de dicha Comisión. No hubo necesidad del ceremonial de la ecclesiastica communio porque había sido nombrado directamente por el mismísimo papa, y estaba implícita. En nuestra opinión el decreto papal fue acertado, pues, durante el patriarcado de Meouchi, el Líbano gozó de una época dorada que lo llevó a ser conocido con expresiones metafóricas como la perla del Oriente, la perla del Mediterráneo o la Suiza del Oriente, epítetos que expresaban la bonanza que alcanzó el país en dicho patriarcado. A pesar de esta quietud que se dio, la decisión papal no fue del agrado para algunas personas, ya sea porque les pareció arbitraria la imposición vaticana o por la política pro-convivencia cristiana-musulmana por la que apostaba la Comisión.

El nombramiento impuesto por Roma no le asentó nada bien al presidente Chamoun, quien estaba en pleito desde antes con el nuevo patriarca. Las relaciones entre ambos fueron ríspidas. Ejemplo lo dan anécdotas como la siguiente: por protocolo nacional cuando el patriarca llega al aeropuerto de Beirut después de un viaje internacional, es recibido por el cortejo y la limosina del presidente libanés. En 1957 al llegar al aeropuerto y al ver la comitiva presidencial que le esperaba, el patriarca se negó a subir al coche presidencial y tomó un transporte privado, disculpándose: “no puedo ser un cómplice”. Para unos esto fue arrogancia, para otros fue lealtad al Líbano. Lo cierto es que, parece ser, el tiempo le dio la razón al patriarca maronita. El presidente Chamoun, pro-occidental, casi provoca una guerra civil en el Líbano entre julio y octubre de 1958, pues hizo enfadar al presidente egipcio Gamal Abd el-Nasser (fl. 1956-1970) durante la crisis de Suez. Nikita Kruschov (1953-1964) de la URSS y Nasser de Egipto, preocupados por la situación se comunicaron con el patriarca Meouchi para pedir su intervención. Se reunieron el primer ministro libanés, el sunita Rashid Hami Karami (fl.1955-1987), y S.B. Meouchi, y éste lo alentó a formar una coalición para inhibir a Chamoun, quien se ve obligado a ceder su postura y desistir en sus aspiraciones de reelegirse como presidente del Líbano, logrando la pacificación entre cristianos y musulmanes en el Líbano. La crisis quedó solo en eso, y no en una guerra.

Esta postura de tolerancia y convivencia le costó al patriarca Pablo Pedro Meouchi innumerables críticas, pero obtuvo la paz y la hegemonía para el Líbano. Su cercanía, por ejemplo, con Nasser, (Nasser le llamaba “abuna” [أبونا, “nuestro padre”] al patriarca), sirvió para mediar muchos conflictos que los cristianos sufrieron por parte de la URSS, como fue el caso del cardenal húngaro József Mindszenty (1892-1975) donde el patriarca intervino en 1956 para su liberación, pues el gobierno comunista de Hungría lo había encarcelado y torturado por orden de la Unión Soviética. Su preocupación por mantener la unidad dentro de Líbano, su manejo cuidadoso en un Medio Oriente afectado por las políticas de la guerra fría, sus acciones por promover la reconciliación entre las diferentes etnias y religiones en el Líbano y su acercamiento al mundo islámico le generó desprecios en algunos de los maronitas que por burlase de él lo llamaban el “mohammed Meouchi”(Irani, 2006).

Así el Líbano alcanzó el pico de su estabilidad social y de su éxito económico a mediados de la década de 1960: los estados árabes del Golfo Pérsico, ricos en petróleo, vieron al país como un bastión de fortaleza económica, cuyos fondos convirtieron al Líbano en una de las economías de más rápido crecimiento en el mundo. Por su lado, el papa Juan XXIII (fl. 1958-1963) convocó el Concilio Vaticano II en 1962, del que fueron padres conciliares el patriarca y los obispos maronitas con una activa participación, pues al papa le interesaba mucho la apertura de la iglesia Universal hacia el Oriente cristiano, y testimonio de este deseo fue que se dedicó un decreto exclusivo sobre las Iglesias Orientales: Orientalium Ecclesiarum (1964).

Durante el Concilio Vaticano II el patriarca Meouchi propuso atender la dignidad patriarcal como una venerable y antigua institución, y propuso la estructura de gobierno patriarcal basada en la sinodalidad como un medio más eficaz para ayudar al gobierno de la Iglesia. Tanto el papa Juan XXIII como su sucesor el papa Pablo VI (fl. 1963-1978) y los padres conciliares, prestaron especial atención a estas dos sugerencias llegando a concretarlas el mismo Pablo VI en 1965: la primera el 11 de febrero de 1965 con la publicación del motu proprio Ad Purpuratorum Patrum Collegium donde decretó que a los patriarcas orientales pertenecientes al colegio cardenalicio no se les asignara ni sedes suburbicarias ni diaconías, sino que conservaran su propia sede patriarcal como titulo y recibieran el trato del mayor rango cardenalicio (llamado cardenales-obispos); y la segunda, el 15 de septiembre de 1965 con el motu proprio Apostolica Sollicitudo, con el que creó el Sínodo de Obispos para la misión de ayudar al sumo pontífice en sus tareas de gobierno en la Iglesia universal. Los maronitas, después de tantos avatares a lo largo de su vida eclesial, recibieron un espaldarazo de Roma cuando en el consistorio del 22 de febrero de 1965 el papa Pablo VI le entregó el capelo cardenalicio a su patriarca, S.B. Pablo Pedro Meouchi, convirtiéndolo en el primer maronita cardenal. Aunque el cardenalato es un simple título honorífico, se le considera en la Iglesia de Roma con particular dignidad, pues los cardenales son los electores del Romano Pontífice, por lo que esta distinción ayuda a dimensionar –o incluso dar a conocer– la jurisdicción patriarcal tan ignorada en occidente.

Durante la guerra de los Seis Días (junio 1967), un conflicto bélico que enfrentó a Israel con una coalición árabe formada por la República Árabe Unida (Egipto), Jordania, Irak y Siria, el patriarcado maronita logró intervenir para que no involucraran al Líbano en la guerra, gracias las relaciones conciliadoras del patriarca tanto con el ministro israelí Levi Eshkol (fl. 1963-1969) como con el presidente egipcio Gamal Nasser.

Uno de los intereses del patriarca Pablo Pedro cardenal Meouchi fue el de realizar un Sínodo Maronita para promover la santidad de los fieles, aplicar el Concilio Vaticano II y adaptar a la Iglesia Maronita a los nuevos tiempos modernos, Sínodo que pudo organizarse hasta el 2003. Creó el primer seminario maronita fuera del Líbano en Washington D.C en 1961, y erigió la primera presencia jerárquica maronita en Occidente en 1962 para Estados Unidos (que darían lugar a las actuales eparquía americanas). Abrió el proceso de canonización del padre Chárbel Majluf (1828-1898), quien sería beatificado durante la clausura del Concilio Vaticano II en 1965 y solicitó a la Comisión de Liturgia del Sínodo Patriarcal la revisión de los libros litúrgicos, especialmente los de la Misa (ܩܽܘܪܒܳܢ, qurbono), para recuperar su originalidad antioquena, debido a la latinización que había sufrido la liturgia maronita desde el siglo XVI; y con decreto del 13 del abril de 1973 aprobó el uso ad experimentum de la renovación liturgia que daría origen a los textos aprobado en 2005 por el Sínodo Patriarcal. El retraso de esta revisión se debió a los desafortunados acontecimientos suscitados por la guerra civil.

El 1 de abril de 1969, al cumplir los 75 años de edad, renunció al patriarcado, pero el papa Pablo VI no se lo permitió. Mostró cada año su intención de convertirse en patriarca emérito, pero todos sus intentos fueron rechazados. El deseo del papa Pablo VI de conservarlo en su sede patriarcal obedecía a las tensiones que se vivía en el Medio Oriente y pensaba que el patriarca Meouchi podría mantener el equilibrio en la zona. Y parece ser que tenía razón, pues inmediatamente después de la muerte del patriarca Meouchi (11 de enero de 1975) se desató una encarnizada guerra civil en el Líbano (13 de abril de 1975) donde faltó un líder que reconciliara a todas las partes involucradas.

El 3 de febrero de 1975 el Sínodo Patriarcal eligió como patriarca a S.B. Antonio Pedro Khoraish (fl. 1975-1986), recibiendo la ecclesiastica communio del papa Pablo VI el 15 del mismo mes. Durante su patriarcado fue canonizado san Chárbel Majluf (9 de octubre de 1977) y fue declarada beata la monja maronita Rafka al-Rayes (17 de noviembre de 1985). Su patriarcado estuvo marcado por la muerte y la sangre ocasionadas por la terrible guerra civil libanesa que estalló a los dos meses de asumir el patriarcado. Hombre piadoso, acudía a la oración para renovar sus fuerzas y enfrentar la encarnizada lucha. El patriarcado se cimbró, pues vivió una encrucijada a causa de todos los desacuerdos entre las facciones que estaban en combate y que buscaban en el patriarca Khoraish su apoyo, pero no cedían en lo que el patriarca les pedía para alcanzar la reconciliación. Extendió una campaña internacional de caridad para ayudar a las víctimas de la guerra. El papa Pablo VI le manifestó su cercanía diciendo: “la profunda pena que experimentamos al conocer las noticias que, desde hace algunos días, continúan llegando desde el Líbano […] Y nos preguntamos, no sin angustia: ¿cuándo terminará el doloroso calvario del pueblo libanés? Este país se dirige con inquietud hacia un porvenir incierto de una patria inmersa en un torbellino de violencia y odio, que no perdona ni a la juventud ni a las instituciones, y se halla en trance de minar el espíritu de fraternidad entre sus hijos, que se sintieron, tiempo atrás, y con mucha honra, orgullosos de ver a su nación puesta como ejemplo de colaboración pacífica a los ojos del Oriente Medio y del mundo entero (i.e. se refiere a los citados tiempos del patriarca Meouchi). Hemos conjurado a las partes contendientes, hemos animado a los países amigos del Líbano para que se preocupen, con valor y lealtad, de que se eviten los enfrentamientos y derramamientos de sangre y se restablezcan, en la población, la reconciliación y la serenidad. Hoy lanzamos un nuevo llamamiento urgente para que se restablezca inmediatamente la tregua y sea respetada por todos escrupulosamente” (Vaticano, 5 de junio de 1978). Todo el afecto de san Pablo VI hacia el patriarca Khoraish, que lo llenaba de consuelo, se vio truncado con la muerte del papa (6 de agosto de 1978). Pero sería recuperado nuevamente por el papa Juan Pablo II (fl. 1978-2005).

En 1978 comenzaron las injerencias israelíes en el Líbano, lo que aumentó la gravedad de la guerra, llegando a un punto álgido en 1982. En ese terrible año murieron muchos inocentes y ocurrió un incidente, que ha sido descrito como “milagroso”: se comunicó con el patriarca Khoraish la monja albanesa Madre Teresa de Calcuta (1910-1997), santa fundadora de la Misioneras de la Caridad, para pedirle permiso de ir al Líbano para aliviar el sufrimientos de tantas víctimas. El 10 de agosto de 1982 desembarcó en Beirut acompañada por un grupo de sus misioneras. Fue recibida por el diplomático Philip Charles Habib (1920-1992), un laico maronita nacido en Estados Unidos que se desempeñaba como enviado especial del presidente norteamericano Ronald Reagan (1911-2004) al Medio Oriente (1981-1983). Se cuenta que, “de acuerdo con testigos, después de haber escuchado con atención a la Madre Teresa, Philip Habib había dicho: «Madre, estoy más que feliz de acercarme a una mujer de oración. Creo en el poder de la oración. Creo que la oración es un presagio de respuestas. Yo mismo soy un hombre de fe. Sin embargo, mire, se va a pedir a la Virgen de tratar de negociar con el primer ministro Begin, pero ¿no cree que el límite de tiempo que se ha concedido (i.e. para ordenar un alto al fuego) es un poco apretado? ¿No sería mejor extender un poco más?». Madre Teresa, muy seria, contestó: «¡claro que no, en absoluto, sr. Habib! Estoy segura que vamos a obtener un alto al fuego por la mañana». Philip Habib: «Si conseguimos un alto al fuego, voy a estar con usted en persona a fin de estar seguro de que se tomen todas las medidas para que pueda ir a Beirut occidental». Al día siguiente, el 14 de agosto de 1982, un silencio total envolvía la ciudad […] El interludio de la Madre Teresa era portador de algo mucho más grande. El 21 de agosto se alcanzó un alto al fuego definitivo, al término del cual –después de largas negociaciones bajo la atenta mirada de Philip Habib– la OLP abandonó Beirut. Por desgracia, esto fue seguido por episodios de sangre, incluyendo el asesinato del presidente electo Bashir Gemayel, y las matanzas de Sabra y Shatila” (cf. Fadi Noun de AsiaNews, 2-IX-2016). Las oraciones de madre Teresa de Calcuta y del patriarca Khoraish, y de tanto más, habían sido escuchadas por Dios bajo la intercesión de Nuestra Señora del Líbano.

Seis meses más tarde, el 2 de febrero de 1983, el papa Juan Pablo II crearía cardenal al patriarca maronita como una muestra, según dijo, de acompañamiento: “escuché con gran atención las acertadas expresiones con las que Su Beatitud Antonio Pedro cardenal Khoraish […] en sus palabras sentí el eco apasionado de la fe que anima a la Iglesia Maronita, siempre firme al adherirse a las tradiciones antiguas, a pesar de las tribulaciones en las que está involucrada junto con toda la nación libanesa, que siento tan cerca a mi corazón, duramente probada, y la cual le envío el testimonio de mi sincero afecto y de mi constante solicitud” (Vaticano, Alocución durante el Consistorio, 2-II-1983).

En su humildad, viendo la necesidad de un líder más joven que pudiera enfrentar la dificultades tan graves que se vivía, presentó su renuncia al patriarcado el 3 de abril de 1986. La elección del nuevo patriarca por el Sínodo Patriarcal fue la de Su Beatitud Nasrallah Pedro Sfeir (1920-2019) el día 19 de abril de 1986 y recibió la ecclesiastica communio del papa Juan Pablo II el 7 de mayo de 1986.

El patriarca Sfeir jugó un papel decisivo para la pacificación del Líbano. Asumió el patriarcado en el último período de la guerra civil (1986-1989), y sus gestiones permitieron llevar acabo un acuerdo de paz. Su dulce figura apacible daba tranquilidad a sus coetáneos en medio de tantas tensiones y dificultades.

Sin embargo fue sumamente maltrato en ciertos momentos por algunos grupos maronitas por su postura conciliadora, pues ellos consideraban que no apoya a sus intereses o que era tibio en sus decisiones. Con la ayuda de Dios se mantuvo firme y ajeno a toda ira, y, así, con esta firme ternura logró importantes avances para la pacificación, como fue el acuerdo firmada en la ciudad de Taif el 22 de octubre de 1989.
El acuerdo de Taif incluyó un Pacto Nacional para restablecer el sistema político en el Líbano, transfiriendo parte del poder que la comunidad maronita había tenido como privilegio bajo el régimen colonial francés. De nuevo los maronitas, bajo su patriarca daban una muestra de tolerancia al ceder sus privilegios con el fin de que todos los libaneses vivieran con dignidad. Esta constante histórica en la vida del pueblo maronita, caracterizada por su capacidad de asimilar una variedad prodigiosa de regímenes y eventos, ha hecho posible el que no hayan perdido su esencia, sino que, al contrario, la hayan fortalecido.
Antes del acuerdo de Taif, el primer ministro (un musulmán suní) era nombrado por el presidente del Líbano (un católico maronita). El patriarca Nasrallah Pedro Sfeir opinaba que no era indispensable conservar esa facultad, y que podía recaer en el poder legislativo sin mermar la democracia, pues así se ejercía en el sistema parlamentario tradicional. Esta postura molestó a algunos maronitas que pensaban que perder ese privilegio era perder hegemonía, pero el patriarca Sfeir les argumentaba que era “un error fatal creer que podemos vivir solos en una isla en la que manejamos nuestros asuntos como nos gusta” (Reuters, 2019).

Uno de estos oponentes fue el general Michel Naim Aoun (primer ministro entre 1988-1990 y futuro presidente del Líbano en 2016), a quien en 1988 el presidente del Líbano Amin Gemayel (fl.1982-88), al terminar su mandato, le otorgó la misión del gobierno interino de la presidencia del Líbano –durante la sede vacante– para organizar las elecciones para presidente de la república. Sin embargo, aprovechó su estancia en Baabda (i.e. el palacio presidencial) para proponer un proyecto para desmantelar el acuerdo de Taif (llamado por los americanos el Establishment), al que el patriarca Sfeir había dado su visto bueno.
Así las cosas, del 5 al 6 de noviembre de 1989 unos enfadados partidarios de Aoun fueron sumamente groseros con el patriarca. Por la noche de aquel lamentable día asaltaron la sede patriarcal de Bkerke, despertaron al patriarca que en ese momento descasaba, lo sacaron a empujones de su alcoba, y le obligaban a besar una foto del general Aoun. Entre los gritos e insultos al patriarca, él mostraba su sencillo porte flemático y los invitaba al diálogo y a la tolerancia.

A continuación transcribimos parte del video histórico realizado por Zemma & Lemma Films de esa noche (original en árabe):

[Palabras del patriarca]: “Queridos hijos […] conocemos la responsabilidad que tenemos, el desafío es grande, no hay duda, pero lo que necesitamos para superar esta prueba es que permanezcamos unidos en nuestros corazones. El Líbano ha sido y siempre será una nación libre, soberana, y completa y totalmente independiente […] las armas se están usando ahora, pero vendrá el día en que no quepa lugar para ellas. En su lugar habrá diálogo y entendimiento”. [ante estas palabra los inconformes gritaban más fuerte]. Esta es nuestra opinión y nos acogemos a ella, pero yo creo que si ustedes aprecian la libertad de expresión y un clima democrático, ustedes permitirán que otros expresen también sus opiniones […] Nadie puede forzarnos a aceptar sus opiniones […] Les pedimos conciencia, calma, comprensión y amor” [una voz le gritó diciendo: “y nosotros pedimos que se…(usó una malapalabra) a toda persona que hizo este trabajo (i.e. el acuerdo de Taif) en manera tan… (usó otra malapalabra)” en ese momento una persona le avienta a la cara al patriarca una bandera pequeña del Líbano; ante estos insultos y groserías el patriarca, hace un gesto de que ya no podía decir más, y se limitó a impartir, con su mano, la bendición]: “Dios los bendiga a todos” [e hizo la señal de cruz sobre sus agresores, a lo que le gritaron: “bendice la foto” (i.e. de Michel Aoun), la bendijo y luego le gritan: “pon tu mano en ella, está arriba de ti, tócala”. A lo que respondió]: “está bien, está bien, cuiden a mi hijo (i.e. Michel Aoun), Dios lo gratifique” [los manifestantes continuaron gritando repetidamente la frase: “sacrificaríamos nuestra sangre y nuestra alma por «tu general», no queremos a otro como presidente sino al «general»” (i.e. Michel Aoun). El humilde patriarca es nuevamente empujado, escupido y levantado en brazos, vituperado y maltratado… esa noche se retiró del lugar y se fue a la residencia patriarcal de verano en Dimán. Los agresores entraron al palacio patriarcal de Bkerke, rompieron muebles, quebraron sus vidrios y lo quemaron. Al día siguiente el general Aoun, con un tono de voz que da la impresión en el video como arrogante, dijo en entrevista a la televisión: “El patriarca debe ser como un padre; no importa que tan enojada esté la gente, el debe entenderla”]. En 1990 Michel Aoun fue detenido por Siria y se exilió en Francia hasta el 2005.

Para 1990, gracias a la actitud reconciliadora del patriarca Nasrallah Pedro Sfeir, el Líbano vivió un cese total del fuego. La guerra civil del Líbano no había sido una lucha libanesa en sentido estricto, sino una guerra entre pro-israelíes, pro-palestinos y pro-sirios en territorio libanés, que llevó a muchos libaneses a tomar partido por unos o por otros. Por eso la postura de Sfeir, que tuvo siempre esto en vista, consistía en lograr que tanto la fuerzas sirias como las israelíes salieran del país, y los grupos libanesas que los apoyaban fueran tolerantes por el bien de un Líbano libre.

Para lograr este equilibrio en algunos momentos tuvo que ser muy duro con Siria, por ejemplo, se negó a acompañar al papa san Juan Pablo II aquel país en 2001, y presionó públicamente en los Estados Unidos y en otros lugares para la retirada siria o apoyó a la Revolución del Cedro en 2005 para retirada final de Siria del Líbano o avaló algunas acciones de Samir Geagea (n. en Beirut en 1952); en otros momentos lo sería con Israel, al presionar, en 2004 para que los palestinos volvieran a su tierra o su alto al fuego por la intervención militara que hizo Israel al Líbano en 2006; pero al mismo tiempo fue muy duro con el partido pro-sirio de Hezbollah que fueron los que provocaron los ataques de Israel sobre Líbano. No tenía partido, buscó siempre la justicia y la imparcialidad para alcanza la paz sin pisotear la dignidad de nadie pero sin tolerar los errores de nadie.

Otro fruto de su bondad, se dió en el año 2001 cuando reanudó su cercanía con los drusos, cuyas relaciones estaban profundamente afectadas por diversos acontecimientos que se suscitaron durante la guerra. A la muerte del patriarca Sfeir († 2019) el líder druso Walid Jumblatt (n. en el Chouf en 1949) lo describió como el “patriarca de la independencia, de la reconciliación, del amor y de la paz” (Reuters, 2019).

Todo esto lo llevó a ser considerado como el “patriarca de la segunda independencia”, y, cuatro años más tarde el papa Juan Pablo II lo creó cardenal de la iglesia de la Roma en el consistorio del 26 de noviembre de 1994.

Por otra parte, y durante la misma época de estas turbulencias sociales y políticas, la iglesia maronita que desde 1989 (cf. Decreto Patriarcal no. 957/65) había reanudado los trabajos de renovación litúrgica iniciados por el patriarca Meouchi –suspendidos a causa de la guerra, como se mencionó más arriba–, publicó en 1992 (cf. Decreto Patriarcal no. 479/1992) un misal que estuvo en uso hasta 2005, año en que se público la revisión final del Misal Maronita y los demás textos litúrgicos actualmente en uso. Estos textos litúrgicos –incluido el misal y el cantoral con música maronita– fueron traducidos al español para el uso de las eparquías maronitas de habla castellana en el año 2017 (cf. Decreto Patriarcal no. 41/2017).

Al tiempo en que se trabajaba en estos asuntos litúrgicos, el Sínodo Patriarcal Maronita encomendó al obispo Ronald Abou Jaoude (1930-2019) promover la creación de Télé-Lumière, la primera estación de televisión cristiana en el Medio Oriente, la cual quedó fundada en 1991 como televisora con transmisión vía antena, y, en 2003, con transmisión satelitar bajo el nombre de Noursat; y se redactaba la cuarta parte del Catecismo de la Iglesia Católica (publicado por Juan Pablo II en 1997), sección dedicada a la Oración, de manos del padre Jean Courbon (1924-2001).

Paralelamente a estos trabajos, desde 1985 se planteó celebrar un Sínodo para la Iglesia Maronita enviándose una amplia consulta en donde los obispos invitarían a participar a sacerdotes, fieles laicos, congregaciones religiosas y representantes de distintos grupos y posiciones. Las actividades se suspendieron temporalmente a principios de 1990 con la declaración del papa Juan Pablo de su intención de realizar una Asamblea especial del Sínodo de los Obispos sobre la situación del Líbano, para poder dedicarse tiempo completo a este deseo del Santo Padre. Esta Asamblea especial tuvo lugar en el Vaticano del 26 de noviembre al 14 de diciembre de 1995, y emitió un documento conclusivo firmado por san Juan Pablo II en el Líbano el día 10 de mayo de 1997 en forma de exhortación apostólica y con el sugerente título de “Cristo es nuestra esperanza: renovados por su Espíritu, solidarios, damos testimonio de su amor”. Después de la promulgación de esta exhortación apostólica, el taller sinodal se reanudó de nuevo y los subcomités revisaron los textos que se enviaron a las eparquías y a los superiores generales para sus comentarios. Este esfuerzo tomó varios años hasta que los textos estuvieron listos para la primera ronda sinodal que se llevó a cabo en junio de 2003 en el monasterio de Nuestra Señora de la Montaña (en Fatqa, Líbano). El Sínodo fue clausurado con una solemne misa presidida por Su Beatitud Nasrallah Pedro cardenal Sfeir el 11 de junio 2006.

El 9 de febrero 2010 se abrió un Año Jubilar Maronita con ocasión de los 1600 años de la muerte de san Marón que sería clausurado por el papa Benedicto XVI (fl. 2005-2013) con un gesto hermoso para lo maronitas: el 24 de febrero de 2011 el papa junto con el patriarca Sfeir, y la presencia del presidente del Líbano Michel Sleiman (fl. 2008-2014) bendijo una escultura de san Marón realizada en mármol blanco de carrara de 5.40 metros de altura, y colocada en una de las hornacinas exteriores de la Basílica de san Pedro (Vaticano), diseñada por el monje maronita Abdo Bawdi o.l.m. (n. en Mazraat Yachouh en 1948) y esculpida por el español Marco Augusto Dueñas (n. en Córdoba en 1971).

Aunque el patriarcado es un encargo apostólico vitalicio, el patriarca Sfeir decidió, al igual que su antecesor Antonio Pedro card. Khoraish, presentar su renuncia al Santo Padre. Su renuncia fue aceptada por el papa Benedicto XVI el 26 de febrero de 2011 para convertirse en el patriarca emérito de los maronitas. Al mes siguiente, el 15 de marzo de 2011 el Sínodo Patriarcal Maronita eligió al arzobispo de Biblos, mons. Bechara Rai (n. en 1940 en Himlaya) como el Patriarca de Antioquía y de todo el Oriente, y a los diez días –25 de marzo de 2011– visitó Roma para la ecclesiastica communio con el papa Benedicto XVI, quien en el consistorio del 24 de noviembre de 2012 lo haría cardenal.

Su Beatitud Bechara Pedro card. Rai fue el primer patriarca de los maronitas en participar en un Conclave para la elección papal, donde el colegio cardenalicio eligió al papa Francisco (n. en 1936 en Buenos Aires).
Su patriarcado actualmente en curso (año 2020) se ha caracterizado por una incesante preocupación por estar muy cerca de los fieles maronitas de la emigración, por lo que ha realizado innumerables viajes por todo el mundo para conocer a su grey personalmente. Siguiendo la línea de sus antecesores ha hecho grandes esfuerzos por establecer el diálogo en el Líbano con todos los actores políticos, y ha mantenido una franqueza ejemplar para manifestar la necesidad de conservar el cristianismo en el Medio Oriente, consciente de la vocación milenaria de los maronitas por preservar vivía la luz de Cristo en aquella región que vio nacer, hace más 2000 años, al Redentor del mundo.

Recién elegido patriarca, Su Beatitud Rai advirtió a la comunidad internacional del peligro que se avecinaba (i.e. las amenazas del Estado Islámico) en todo el Medio Oriente. En octubre de 2011 realizó una visita pastoral a Estados Unidos, e intentó aprovechar su estancia en aquel país para explicar la situación al gobierno americano, pero para sorpresa de la comunicad internacional y, por primera vez en la historia del patriarcado maronita, no fue recibido por el presidente norteamericano. En efecto, el presidente en turno, Barack Obama (fl. 2009-2017), lo rechazó y recibió por ello una dura crítica por varios miembros de la Unión Europea, la ONU y los mismos Obispos católicos de Estados Unidos. El siguiente extracto tomado de una carta publicada en Nueva York, y firmada por el obispo de Brooklyn, mons. Gregory J. Mansour (n. en Michigan en 1955) resume este hecho:

[…] grupos musulmanes y cristianos han encontrado en él (i.e. Rai) un verdadero padre, un patriarca, porque ha sabido expresar su preocupación por el futuro de los cristianos en el Medio Oriente. Pero él ha sido rechazado por ti y por tu administración […] La advertencia del patriarca Rai sobre el futuro de los cristianos en Siria no es un tabú. Los cristianos de ahí están en un estado de peligro, de la misma manera que los cristianos de Irak […] Decir que el patriarca apoya a dictadores y es cómplice de terroristas es pura tontería. Con su peculiar carisma, el patriarca Rai ha llegado a todos los libaneses […] habla con amor, y atempera los ánimos de división y odio de muchos […] Da esperanza […] La Primavera Árabe está sucediendo con poca visión para el verano que se avecina. Señor presidente, no tienes porqué estar de acuerdo en todo con el patriarca Rai, pero tampoco hay necesidad de evitarlo o rechazarlo. Al hacerlo estás mostrando tu falta de respeto por él y por todos los cristianos del Medio Oriente” (CNEWA, 4-X-2011).

Tras complicarse la situación en Medio Oriente, el presidente Obama se vio obligado a solicitar una entrevista con el patriarca maronita en el año 2014, misma que le fue concedida. Desafortunadamente la guerra del Daesh en Siria y en Irak (i.e. grupo terrorista islámico) ya estaba en curso.

Un importante hecho ecuménico de la Iglesia Católica y el Patriarcado Ortodoxo Ruso fue protagonizado por los maronitas. En febrero del 2013, el Papa Benedicto XVI obsequió una reliquia ósea tomada del cráneo de san Marón para la catedral ortodoxa de la Anunciación en Moscú, que fue entregada al patriarca ortodoxo de Moscú y de todas la Rusias Cirilo I (n. en San Petersburgo en 1946) por el nuncio apostólico de Rusia mons. Antonio Mennin (fl. 2010-2017) y ante la presencia del patriarca Bechara Pedro card. Rai.

El 26 de mayo de 2014, el patriarca Rai decidió unirse al papa Francisco en su viaje apostólico de tres días a Tierra Santa, viaje que incluyó a Israel, país que tiene rota las relaciones diplomáticas con el Líbano, por lo que fue muy criticado en algunos grupos libaneses. Sin embargo, se mantuvo firme en su decisión, avalada por el Santo Padre, para mostrar la hegemonía del amor y de reconciliación que debe primar en todo ser humano, sin importar si son judíos, musulmanes o cualquier otra religión o postura política.
En noviembre de 2017, el patriarca Bechara Pedro cardenal Rai también realizó una visita oficial a Arabia Saudita, durante la cual se reunió con el rey Salman bin Abdulaziz (n. en Riad en 1935) y el príncipe heredero Mohammed bin Salman (n. en Yeda en 1985). Era la primera visita oficial de un alto líder cristiano a ese país desde tiempos del profeta Mahoma (570-632). Las visitas de líderes cristianos que se habían realizado hasta entonces eran oficiosas, mas no oficiales. Se conoce, además, que Arabia Saudita prohíbe cualquier expresión religiosa distinta de la versión oficial suní, pero en esta visita patriarcal abrió sus puertas a la tolerancia al recibir como jefe de Estado al patriarca maronita quien, en contra de todas las especulaciones que dudaban lo hiciera, portó visible su cruz pectoral, dando muestra de su identidad cristiana.

El 17 de octubre de 2019 comenzó un movimiento de protestas juveniles contra la corrupción del gobierno y la falta de estabilidad económica y social que ha atravesado el Líbano, a la que se sumó el patriarca con su apoyo. Seguido de esta inestabilidad, en marzo de 2020, por la crisis de la pandemia del Coronavirus, se paralizó aún más el país y, junto a la pobreza y a la falta de empleo, ocurrió la tragedia de la explosión del puerto de Beirut el 4 de agosto de 2020. El patriarca solicitó la renuncia del gobierno, quien en bloque renunció y, mientras se escriben esta líneas, la situación del Líbano se encuentra hundida en un profundo caos, de la que el patriarca ha levantado la voz para exigir el respeto del Pacto Nacional y lo que marca la Constitución del país, y sacudirse de todo sectarismo, llamando a la unidad y a evitar toda injerencia extranjera.

Por ahora (año 2020) la Iglesia Maronita cuenta con presencia jerárquica fuera del Líbano en Argentina, Australia, Brasil, Canadá, Chipre, Colombia, Egipto, Estados Unidos, Francia, Israel, México, Palestina, Siria y Sudáfrica, en donde desarrolla sus apostolados, resumidos por el papa Juan Pablo II con las siguientes tareas: atender espiritualmente a los emigrantes maronitas y sus descendientes, manifestar mejor la catolicidad de la Iglesia del Señor, permitir a las iglesias particulares latinas enriquecerse con el patrimonio espiritual de la tradición del oriente cristiano y formar una nueva sinergia para la nueva evangelización (cf. Ecclesia in America, 17 y 38).

Bibliografía:

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Cómo Citar:

Meouchi-Olivares, A. (2019). Diccionario Enciclopedico Maronita. iCharbel-Editorial.

Sitio web: https://www.maronitas.org



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