SINAXARIÓN
DEL CALENDARIO LITÚRGICO MARONITA
a | Enero 30
SAN MÁXIMO, EL CONFESOR (580-662)
San Máximo el Confesor nació en Constantinopla alrededor del año 580. Después de haber recibido una esmerada educación civil y religiosa, ocupó un alto cargo estatal, que abandonó en el año 630 para hacerse monje.
Al principio, combatió el monofisismo; más tarde, dedicó todas sus energías a luchar contra la herejía monotelita. Participó en numerosos Sínodos africanos y tomó parte activa en el Concilio de Letrán del año 649, donde fue condenado el monotelismo junto a los patriarcas que lo habían favorecido. A su regreso a Constantinopla, fue arrestado por orden del emperador Costante II, torturado y desterrado. Murió en el exilio, el 13 de agosto del año 662.
San Máximo es el autor de numerosos escritos teológicos, exegéticos y éticos. Se le atribuye además una Vida de María, recientemente descubierta en traducción georgiana del siglo XI. Su fecha (habría sido escrita antes del año 626) hace de ella la más antigua vida de la Virgen llegada hasta nosotros. Junto a los puntos fundamentales del dogma mariano (maternidad virginal, absoluta santidad de la Virgen, asunción al Cielo), el autor destaca la profundísima unión de María Santísima con su Hijo y Dios, en todos los momentos de su vida: también después de la Ascensión del Señor al Cielo.
Esta vida de la Santísima Virgen, es una muestra de la solicitud de Nuestra Señora con los Apóstoles y los discípulos, en aquellos primeros años de la Iglesia y constituye un testimonio impresionante de la profunda devoción que los cristianos han tenido siempre a la Madre de Dios y Madre nuestra.
Fuente: maronitas.org
Otros Santos para hoy
SANTA MARTINA, MÁRTIR
La historia de esta joven santa comienza en sentido inverso, desde su tumba, 1400 años después de su martirio, cuando en el 1534, el activísimo papa Urbano VIII, impregnado espiritualmente de la cuestión en la Contrarreforma católica y materialmente en la restauración de las famosas iglesias romanas, después de haber redescubierto las reliquias de la mártir, reavivó la devoción de los romanos a santa Martina, fijando la celebración el 30 de enero. Él mismo compuso el elogio, con el himno "Martinae celebri plaudite nomini, Cives Romulei, plaudite gloriae" (Festejad el célebre nombre de Martina, ciudadanos de Rómulo, festejad su gloria), que insta a admirar a la santa en su vida inmaculada, su caridad ejemplar, y en el valiente testimonio de Cristo con el martirio.
¿Quién era realmente santa Martina, que surgió de repente y con fuerza en la devoción popular, como para ser considerada como una de la patronas de Roma, después de muchos siglos de olvido? Los datos históricos son pocos. El más antiguo data del siglo VII, cuando el papa Dono dedicó una iglesia a su nombre en el Foro. Quinientos años más tarde, en el 1134, haciendo las excavaciones en esta iglesia, se hallaron, en realidad, las tumbas de tres mártires. La fiesta de la santa se celebraba ya en el siglo VIII.
Nada más se sabe, las demás noticias es necesario recogerlas de una "Passio" legendaria. Según esta narración, santa Martina era una diaconisa, hija de un noble romano. Arrestada por su abierta profesión de la fe, fue llevada a la corte del emperador Alejandro Severo (222-235). Este príncipe semioriental, abierto a todas las curiosidades, al punto de incluir a Cristo entre los dioses venerados en la familia imperial, fue muy tolerante hacia los cristianos y su gobierno está marcado por un paréntesis de distensión en el enfrentamiento entre el Imperio y la Iglesia, que en ese momento tuvo una gran expansión misionera. Todo esto es ignorado por el autor de la Passio, que se extiende en la lista de horribles torturas infligidas por el emperador a santa Martina, llevada ante la estatua de Apolo, la hace arrastrar ante él, y poco después un terremoto destruye el templo del dios y mata a sus sacerdotes. El milagro se repitió con la estatua y el templo de Artemisa. Todo esto debería haber llevado a pensar a sus perseguidores, pero por el contrario se obstinan más que nunca, ensañándose con los miembros de la niña, sometiéndola a crueles torturas, de la que siempre sale ilesa. La espada pone fin a tanto sufrimiento, cortando la cabeza de la mártir, cuya sangre fue a rociar el suelo fértil de la Iglesia romana.