San Agustín permitió al pensamiento cristiano liberarse de su antipolítica. Reconoció la naturaleza coercitiva del Estado y la importancia del compromiso humano en la política como base para construir la sociedad. Y en el centro de esta construcción situó a la familia, el «regnum uxorium» (reino conyugal).
Por: Dr. Amine Jules Iskandar
Syriac Maronite Union-Tur Levnon
Asociado de maronitas.org
Escrito para Ici Beyrouth
Publicado el 14 de enero de 2023
La muerte del Papa emérito Benedicto XVI ha despertado el recuerdo de los grandes pensadores de la Iglesia, como Santo Tomás de Aquino, San Gregorio Magno y, por supuesto, San Agustín. Este último fue, junto con Ambrosio de Milán, Gregorio Magno y Jerónimo de Estridón, uno de los cuatro padres de la Iglesia occidental. Fenicio púnico, de padre pagano, Patricio, y madre ferviente cristiana, Mónica, que se llamaba Aurelio Augustino, nació en 354 y no fue bautizado hasta 387 por Ambrosio de Milán. Fue obispo de Hipona, actual Annaba en Argelia, en 395 hasta su muerte en 430.
El padre de Occidente
De cultura latina y con escaso dominio del griego, lengua del Imperio del Oriente, desempeñó un papel destacado en el pensamiento del cristianismo occidental, al que contribuyó a romanizar. Fue sobre todo en sus controversias donde trató de confrontar a los autores paganos con sus propios argumentos. Paradójicamente, se impregnó de esta cultura, que acabaría marcando su aportación a la Iglesia, ahora impregnada de la ideología política imperial de la antigua Roma.
Su filosofía neoplatónica dominaría la teología occidental hasta el siglo XIII, cuando Tomás de Aquino reimpuso el enfoque de Aristóteles. Pero incluso Tomás acabó incorporando gran parte de la herencia agustiniana a su obra rigurosamente aristotélica. Agustín, como Padre de la Iglesia, fue para Occidente lo que Orígenes fue para el Oriente griego y ruso, y San Efrén para las Iglesias siríacas.
El retorno a estos grandes pensadores es hoy necesario en la gran confusión que recorre el mundo. Es un relativismo exacerbado que hoy niega toda verdad y cuestiona la evidencia misma de la naturaleza. Es una concepción bastante estrecha de los valores humanos la que se extiende en el liberalismo que da origen a la ideología woke. La tolerancia y la alteridad son empujadas hasta la inhibición del discernimiento y hasta ciertas formas de nihilismo.
El Papa Benedicto XVI tuvo que recordarnos que «la libertad y la tolerancia están muy a menudo separadas de la verdad» (Sydney, 2008). El wokismo es una ideología que rechaza toda realidad e identidad, rechaza la cultura, la religión, la nación, la familia, el cuerpo y el género.
Discernimiento
Ya en el siglo V, San Agustín se enfrentó a los altos funcionarios que achacaban a la actitud de los cristianos, la caída de Roma. Tuvo que contextualizar el mal entendido concepto de poner la mejilla izquierda, dar su capa además de su túnica y no devolver mal con mal. El obispo de Hipona había elaborado entonces la noción del uso legítimo de la fuerza, que heredó en parte de la República romana, pero también de las enseñanzas de Cristo, incluida la expulsión de los mercaderes del templo.
En una época en que la sumisión se justifica con falsos conceptos de coexistencia, convivencia y alteridad, las enseñanzas de San Agustín ayudan a poner las cosas en su sitio. Sus pensamientos, tanto teológicos como políticos, se desarrollaron en sus tres obras maestras compuestas en Hipona tras su regreso de Milán: Las Confesiones (397-400), Sobre la Trinidad (410-416) y La Ciudad de Dios (410-426), en las que ofrece un modelo de gobierno.
Todavía en la corriente del neoplatonismo, y opuesto al maniqueísmo, Agustín favorecía la noción de un Dios todopoderoso que permite la victoria del Bien. Contribuyó al desarrollo de la noción de justicia y al fortalecimiento de la sociedad, su equilibrio y bienestar. Para proteger estos valores, aceptó el principio de la violencia en política, el uso de la fuerza legítima y el concepto de guerra justa. Este último concepto ya estaba presente en La República de Platón y en la Política de Aristóteles, pero es la primera vez que lo incorpora un pensador cristiano. Sin embargo, Agustín establece las condiciones de que la guerra sólo puede ser declarada por una autoridad legítima, que es defensiva y que debe promover lo justo y el bien.
Fuerza legítima
Refiriéndose a la carta de Pablo a los Romanos, presenta el uso de la violencia como responsabilidad de las autoridades legales y legítimas, pero sobre todo de los líderes abnegados, humildes, misericordiosos y morales. Permitir que las prerrogativas de la fuerza caigan en manos de personas que él define como egocéntricas conduciría a la injusticia y a la dislocación de la sociedad. Las cualidades necesarias para gobernar están garantizadas por líderes con una visión escatológica.
Por tanto, la integridad se convierte en el centro, y la Verdad se equipara a Dios, que es el Logos. La mentira mata a la verdad, a la Palabra y, por tanto, a Dios. La mentira pierde el alma y divide la voluntad conduciendo a la desintegración mental. Un alto funcionario que miente es un ser equivocado incapaz de tomar las decisiones correctas. El uso de la fuerza, aunque necesario, está condicionado al buen gobierno y, por tanto, a la facultad de discernimiento que proporciona la transparencia y que permite la intervención de la gracia divina.
Es la caída de Adán lo que hace que la Ciudad del Hombre sea tan intrínsecamente diferente de la Ciudad de Dios. Para Agustín, la primera se refleja en Roma, dominada por el orgullo y gobernada por la espada temporal, mientras que la segunda recibe la gracia divina y evoluciona en el amor a Dios. El Reino de los Cielos no puede realizarse en este mundo. Es la inexistencia en la tierra de la perfección y del equilibrio absoluto lo que hace necesario recurrir a la fuerza.
Justicia
Para san Agustín, y por tanto para la Iglesia, el papel de Dios es central en la construcción de la humanidad. La sociedad moderna ha matado a Dios y se ha hundido en el narcisismo, la idolatría y la injusticia que caracterizan a la Ciudad del Hombre. Sin embargo, la justicia es universal en el sentido de que impone la igualdad absoluta entre todos. Esta noción, aunque ya abordada en el Deuteronomio y en los Diez Mandamientos, mantiene cierta diferencia de trato entre el pueblo elegido y el resto de las naciones. El islam también impondrá distinciones entre las distintas castas de creyentes, «Gente del Libro» e infieles.
San Agustín fundó la noción de justicia universal que reforzó el universalismo del cristianismo. Vio a Dios en cada ser humano y definió el Estado no como un organismo sino como un conjunto de individuos, fundando así los principios del individualismo moderno. Incluso se le reconocerá hoy como el Padre del Liberalismo, que intenta deshacerse del cristianismo en el que se basa y del que toma sus valores.
Tras admitir la diferencia intrínseca entre los reinos terrenal y celestial, el obispo de Hipona reconoció el carácter coercitivo del Estado y la importancia de la participación de los seres humanos en la política, que es la base de la construcción de la sociedad. Fue él quien permitió al pensamiento cristiano liberarse de su antipolítica.
Política
Mientras que el platonismo y el neoplatonismo en los que se inspiró estaban dirigidos a las élites, Agustín democratizó su enfoque para dirigirse a las masas de acuerdo con el mensaje cristiano. También integró su cultura latina en su terminología, hablando de la Ciudad de Dios en lugar del Reino, lo que implica una noción de ciudadanía y, por tanto, de política. Y en el centro de esta construcción situó a la familia, el regnum uxorium (reino conyugal) sobre el que se edifica la sociedad.
Como ha señalado Hanna Arendt, Agustín fue capaz de recuperar «la trinidad romana de religión, autoridad y tradición» que garantiza la estabilidad de la sociedad. Pero estos tres apoyos se ven ahora cuestionados por la nueva ideología woke. Arendt ya señaló que en el pasado se había intentado suprimir cada uno de estos componentes. Lutero desafió a la autoridad, Hobbes a la tradición y los humanistas a la religión. La pérdida actual de esta trinidad podría poner en peligro los cimientos de Occidente.
Para leer el texto original en francés: Saint Augustin, l’engagement politique
Para leer el texto en inglés: en preparación por SyriacPress