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La seda y la gobernación (1/2)

El Monte Líbano autónomo es una crisálida nacida de un capullo de seda. Sin seda, no habría habido gobernación. Ha asegurado su economía, su cultura y su demografía para establecer su autonomía política. La sericultura impulsó una revolución social que diferenció a la gobernación del resto de las provincias otomanas.

Por: Dr. Amine Jules Iskandar

Syriac Maronite Union-Tur Levnon

Asociado de maronitas.org

Escrito para Ici Beyrouth

Publicado el 12 de octubre de 2024


A principios del siglo XVII, el príncipe Fakhreddin II, deseoso de consolidar la autonomía de su principado, necesitaba desarrollar una economía sólida. Sobre todo, quería asegurar el comercio con Europa produciendo bienes aptos para la exportación. Para ello, reactivó una agroindustria ya conocida en Líbano en el siglo VII, la sericultura. Para ello, hizo plantar moreras, construyó Cesáreas desde Deir el-Amar hasta Sidón y facilitó las vías de transporte necesarias. La producción de seda reforzó los vínculos comerciales del principado con Toscana y Módena.


El siglo XIX


La visión del príncipe no se realizó plenamente hasta el siglo XIX, cuando el Líbano se cubrió de bosques de moreras y de decenas de magnanerías alentadas por las inversiones lionesas y las importaciones francesas. Fue en 1841 cuando los hermanos Portalis (Prosper, Nicolas, Joseph y Antoine Fortuné) crearon la primera hilandería de capullos en Btéter, en la caza de Aley, en el corazón del Monte Líbano.


Estas magnanerías se conocen como kerkhene en libanés. ¿Por qué este término de origen hindú (karkhana), que significa «fábrica», ha sido adoptado fácilmente por el dialecto local? ¿Podría deberse a su proximidad con el verbo siríaco krakh (dar cuerda) con el sufijo ne? En siríaco, kerkhene sería por tanto el lugar donde se enrollan los fardos de seda.


El crecimiento de la sericultura a partir de esta fecha fue asombroso. La seda acompañó la formación y el desarrollo de la gobernación autónoma del Monte Líbano (Moutasarifiya en turco). Hizo posible su prosperidad y, por tanto, su autonomía política y cultural. En 1912, el cónsul general de Francia en Beirut, Gaston Ducousso, contaba 183 magnanerías. En 1900, sólo Francia absorbía el 90% de la seda del Líbano, cifra que aumentó al 99% en vísperas de la Primera Guerra Mundial, en 1914. Sin seda, no habría habido gobernación. Aseguró su economía, su demografía e impulsó su cultura social.


La revolución social


Fue una revolución a varios niveles. Fue cultural, técnica, social y política. A partir de entonces, el Líbano contrastará aún más con las regiones otomanas. En 1860, el 80% de sus tierras cultivadas estaban cubiertas de moreras. Producía y exportaba seda, mientras que provincias vecinas como Jabal Amel y Galilea seguían cultivando algodón, que también exportaban a Europa.


El clima de las montañas libanesas y las tendencias francófilas de sus habitantes atrajeron a los lioneses, que a su vez fomentaron la cultura francesa. Equipos de hilanderas venían a formar a los trabajadores libaneses, creando un intercambio cultural cotidiano. Fueron los jesuitas lioneses quienes, en 1888, fundaron la Facultad de Medicina de la Universidad San José de Beirut. La seda ha dejado su huella en todos los campos, incluida la medicina. En Lyon, los cirujanos espiaban a las bordadoras en las hilanderías para sonsacarles los secretos de las ligaduras y suturas que darían lugar a los avances de la cirugía.


En el Líbano también se había producido una revolución social, sobre todo la liberación de la mujer, que abandonaba el hogar y la granja para ir a la fábrica. Allí conoce a las instructoras de Lyon y a mujeres de otros pueblos. La Cámara de Comercio de Lyon fomenta la transferencia de conocimientos técnicos, y el comercio aumenta entre Líbano, el Var, los Alpes Marítimos y Córcega. El puerto de Beirut servía de enlace con Marsella y constituía un complemento orgánico del Monte Líbano. Beirut vivía al ritmo de la gobernación autónoma del Monte Líbano, más que de su propio viliato. Los habitantes del Monte Líbano tenían ahora sus ojos puestos en esta ciudad, a la que integraban en su visión de un proyecto nacional.


Los colores del Líbano


Los barcos zarpaban hacia Marsella cargados con miles de fardos de seda, y regresaban cargados de productos europeos, objetos litúrgicos y muebles de interior, así como tejas rojas. Además de los bosques de moreras del Líbano, que contrastaban con las provincias otomanas que cultivaban trigo en Hauran y algodón en Jabal Amel, los pueblos libaneses se transformaron en sinfonías de color. Casas, magnanerías y monasterios fueron rematados con tejados piramidales de tejas rojas.


Esta teja transformó radicalmente el paisaje y la arquitectura libaneses, mucho más allá de su mero color. Los tejados más claros permitieron abrir ventanas triples en las fachadas, y los techos se decoraron con pinturas de estilo toscano o provenzal. Las iglesias también se liberaron de sus macizas bóvedas de piedra y crecieron en altura. Este nuevo estilo arquitectónico latinizado se denominó Beghdede, del siríaco Be-gdodo (trenzado), en referencia a las redes trenzadas de paja y juncos recubiertos de yeso que forman los ligeros techos bajo las vigas del tejado.


Este cambio de escala se acompañó de la elevación de los campanarios a la manera europea, mientras que el interior se adornaba con altares tridentinos, esculturas y estatuas de gusto latino. Monasterios y escuelas con grandes tejados de tejas completaban el panorama. Entre los tonos verdes de pinos, cipreses y moreras, los pueblos desplegaban sus resplandecientes colores rojos. Toda la estética del entorno natural y construido del Monte Líbano fue rediseñada y recoloreada durante este sedoso periodo de la gobernación.

 

Para leer el texto original en francés: La soie et le gouvernorat (1/2)

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