Como cualquier ideología globalista marxista, nazi o woke, el arabismo es totalitario y no reconoce ni la diversidad ni los derechos de las minorías. Sólo puede escribir una historia y sólo reconoce una lengua. Suiza ha conseguido adoptar 26 libros de historia para acomodar las sensibilidades de cada uno de sus 26 cantones, lo que le ha aportado paz, estabilidad y prosperidad. En cambio, el Líbano sigue empantanado en la utopía genocida de la uniformidad.
Por: Dr. Amine Jules Iskandar
Syriac Maronite Union-Tur Levnon
Asociado de maronitas.org
Escrito para Ici Beyrouth
Publicado el 2 de diciembre de 2023
Mucho se ha escrito sobre el Líbano, supuesto nexo de unión entre Oriente y Occidente. Se han escrito y reescrito cientos de libros para repensar y reinventar la historia de esta tierra que una vez fue un país, una provincia y una montaña. Los últimos intentos que siguieron a la creación del Gran Líbano en 1920, y sobre todo tras su supuesta independencia en 1943, tenían un objetivo en mente, el de componer una historia polivalente que encajara con todos los componentes amasados en esta nueva entidad.
Lo más conveniente era evitar la definición de una identidad cultural específica. Por tanto, era necesario concebir la entidad libanesa como un simple vínculo entre otras culturas. Es un puente, un transmisor, una puerta de un mundo a otro. Para ello, debe ser transparente, insípido, incoloro e inodoro. Es, como diría Georges Naccache, la suma de las negaciones que pretenden, en su incoherencia, crear una nación.
«The Great Eastern Question»
En su libro The Great EasternQuestion – and The Strange Case of Lebano, Iyad Georges Boustany ha decidido romper todos los tabúes y escribir una audaz historia del Líbano. El libro utiliza el plural para contar la historia del Líbano de cada grupo orgánico denominado «comunidad». El autor aborda de frente la delicada cuestión de la identidad, en un momento en que la doxa occidental demoniza este valor, presentándolo como enemigo de la humanidad y del progreso.
Se trata de una nueva lectura de la historia plural del Líbano, que se disecciona para revelar las cuatro novelas nacionales desarrolladas a lo largo de los siglos. El libro permite comprender cada una de ellas sin juzgarlas. Que estas interpretaciones de la historia sean científicamente correctas o no nos importa poco, ya que su legitimidad la confiere el grupo humano que las utiliza como punto de referencia.
La ideología de la uniformidad
Todo ser humano necesita puntos de referencia, y esto es aún más cierto en el caso de los grupos sociales. El rechazo ideológico de esta realidad orgánica nació como reacción a las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, y hoy se ve exacerbado por la doctrina woke, que equipararía igualdad con uniformidad. El libro denuncia las diversas corrientes dogmáticas que han llevado al Líbano a su perdición, en particular la ideología arabista. Deconstruye el proyecto del padre Yoakim Moubarac, que pretendía instaurar un arabismo maronita falsificando la historia y la literatura de este pueblo.
Como cualquier ideología globalista marxista, nazi o woke, el arabismo es totalitario y no reconoce la diversidad ni los derechos de las minorías. Sólo puede escribir una historia y sólo reconoce una lengua. Suiza ha conseguido adoptar 26 libros de historia para acomodar las sensibilidades de cada uno de sus 26 cantones, lo que le ha aportado paz, estabilidad y prosperidad. En cambio, el Líbano sigue empantanado en la utopía genocida de la uniformidad.
Ideología arabista
Para apoyar su tesis arabista, el padre Moubarac se basó en una muestra bien seleccionada de autores maronitas como Boutros Boustany, Fares Chidiaq, Najib Azoury, Paul Noujeim y Choukri Ghanem. Pero Boutros Boustany y Fares Chidiaq se han despojado de su identidad maronita para permanecer fieles a su identidad árabe. El primero se convirtió al protestantismo, como Kamal Salibi, y el segundo al Islam, como Michel Aflaq. Citarlos para apoyar la tesis del arabismo maronita es un error dicotómico, ya que han demostrado la incompatibilidad del arabismo con lo maronita.
En cuanto a Najib Azoury y Paul Noujeim, Iyad Boustany señala que eran una elección igual de mala para Moubarac, ya que el primero había admitido él mismo ante una comisión francesa que la liga de arabistas que decía representar era en realidad inexistente. Como buen intelectual alejado de la realidad, era francófono y fue en francés como publicó su obra Le Réveil de la nation arabe en 1905. Paul Noujeim, francófono que firmaba como Jouplain, era igual de incoherente. Pasó del arabismo en 1908 al sirianismo en 1919, tras imaginar, a la manera de Kamal Salibi, que los maronitas tenían orígenes árabes.
Por último, Choukri Ghanem fue calificado de arabista por el padre Moubarac por haber escrito únicamente su obra Antar, que se representó en los círculos culturales parisinos de la época. Para Iyad Georges Boustany, esto equivaldría a hacer español a Pierre Corneille por haber escrito Le Cid y griego a Jean Racine por haber escrito Andromaque.
La ideología elitista
Además de en inglés, Gebran Khalil Gebran y Mikhael Naïmé escribieron extensamente en árabe, lo que, según Yoakim Moubarac, legitimó su posterior incorporación al movimiento arabista. Sin embargo, el mundo que estos autores sentían y describían se centraba en el Monte Líbano, sus afinidades y su cultura. Su literatura era fundamentalmente levantina, mediterránea, cristiana y montelibanés. No tenía nada de transnacional ni de árabe, salvo la elección de la lengua.
La élite de intelectuales que seguía al padre Moubarac en su ideología del arabismo maronita era, como él, francófona y gozaba del apoyo de los círculos parisinos aficionados al orientalismo y desilusionados con la civilización cristiana, a la que se culpaba de todos los males de la Segunda Guerra Mundial. Deseosa de complacer tanto a Occidente, al que pretendía imitar, como al Oriente árabe, al que se sometía, esta élite falsificó su patrimonio y se desconectó del pueblo y de sus aspiraciones. Es precisamente en este punto, cuando una civilización empieza a interpretar su historia a través de la lente de su opresor, «cuando está madura para el suicidio», leemos en The Great Eastern Question.
Fouad Ephrem Boustany, abuelo del autor, relata la excomunión del presidente Béchara el-Khoury por el patriarca Antonios Arida, que le reprochaba haber incorporado a Líbano a la Liga Árabe. Esta anexión, dice el historiador, se llevó a cabo en contradicción con todos los datos y valores culturales, históricos, religiosos y sociopolíticos, poniendo en peligro la existencia misma de los cristianos.
Especificidades culturales
Tras rechazar la hegemonía del arabismo, que suprime toda forma de diversidad, The Great Eastern Question comienza relatando los cuatro romances nacionales que coexisten en el Gran Líbano. Tomando prestada la distinción de Carl Schmitt entre amigo y enemigo, cada uno de estos cuatro componentes, o cuatro naciones orgánicas, expresa su visión del mundo heredada de su propio pasado vivido y romantizado, y de sus propias aspiraciones.
Lo mismo ocurre con la noción totalmente relativa de soberanía. Donde la presencia francesa es vista como una salvación para unos, es vista como una ocupación imperialista para otros. La misma lógica se aplica a las fuerzas sirio-palestinas o iraníes. Las Cruzadas fueron una bendición para unos, un desastre para otros. La caída de Constantinopla en 1453 fue una victoria para unos, una calamidad para otros. Y lo mismo ocurrió con las conquistas musulmanas, Andalucía, la Reconquista española, el Imperio Otomano, la Liga Árabe...
El pecado de 1926
El arabismo nunca podría imponer su historia al Líbano, ni debería hacerlo. Tampoco debería hacerlo el libanismo o el fenicismo. Todas estas ideologías tratan de imponer una única historia nacional, orientada en el caso del arabismo y el fenicismo, e insípida en el caso del libanismo. La primera ideología optó por Oriente para imponerlo a todo el mundo. La segunda optó por Occidente sin consultar a nadie. La tercera (el libanismo) rechazó a ambos, esperando que el cruel juego de las naciones perdonara a quienes se veían reducidos a no querer nada, y a no ser nada.
Lejos de ser un Estado-nación, el Líbano es un conglomerado de naciones orgánicas reconocidas durante cuatro siglos por el Imperio Otomano con el nombre de millet. Este término fue traducido erróneamente como comunidades en 1926, convirtiendo a los patriotas en sectarios. Afirmar hoy que la fragmentación del Líbano es el resultado artificial del sistema comunitario equivaldría a decir que «es el canto del gallo el que hace amanecer».
«La existencia de una nación es un plebiscito cotidiano», decía Ernest Renan. No se puede encerrar a los pueblos en una fórmula jurídica a pesar suyo, sobre todo cuando, como diría Charles de Gaulle, el país jurídico no corresponde al país real.
Para leer el texto original en francés: Idéologie unificatrice ou histoire plurielle
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